Rhurr Jahlaree | World Anvil

Rhurr Jahlaree
La Semielfa

Level 5 Half elf Lawful Neutral Rogue
(Urban Bounty Hunter)
/ 34 HP

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BlueWildfire

I'm a Spanish young girl that dreams of being a succesful and famous author someday. I've been worldbuilding since I was... nine, maybe? Y created a creepy magical fantasy world with elves and dragons. And since then I've created more and more stories and worlds. Happy slow-working builder, writer, archer and sleeper.

     
Sun 25th Apr 2021 10:01

Diario de Rhurr IV: La Cumbre de Baldur (9-10)

by Rhurr Jahlaree

17 de marzo del 75 después de la muerte de Quarion, Calimport. Seis días para la Cumbre de Baldur.
 
Discutimos con Krahe sobre la mochila porque, a pesar de que hemos superado sus pruebas, no quiere devolvérnosla. Yo me aferro con fuerza a mi diario y me alegro profundamente de no habérselo entregado cuando me lo sugirió. Finalmente, se aparta para hablar con el clérigo en privado mientras el resto del grupo discute el plan. Cuando regresan, el elfo lleva consigo la mochila de portales, y eso me escama, pero nadie dice nada.
 
De regreso en la superficie, el guerrero dracónido y yo regresamos a la tienda en la que estaba esclavizado ese pobre tiflin para liberarlo y robar cuanto necesitamos para colarnos en la fiesta. Telas, tintes, accesorios y demás, para parecer nobles de verdad. Engaño al dueño para que me siga a un callejón, donde le rajo el cuello. No me da la menor lástima. Me revuelve las tripas ver el estado en el que tenía al pobre Edward, encerrado en la tienda trabajando de sol a sol como un esclavo. Incapaz de dejarlo ahí, nos llevamos al joven tiflin al barco.
 
No mucho después, la barda y el clérigo regresan, seguidos al poco tiempo de dos guardias de la ciudad buscándolos. Hay una pelea, pero evito tomar parte de ella, y en su lugar los observo desde un lugar seguro. El clérigo intenta usar su mochila de portales, pero surge de ella una columna de fuego que daña seriamente el barco. Los dos humanos son rápidamente asesinados por mis compañeros de equipo, y la nave parte de nuevo hacia Baldur's Gate.
 
Al parecer, mientras los demás estábamos preparándonos para marchar, la barda y el clérigo, quienes empiezo a intuir son una pareja peligrosa, han llegado también a la tienda del esclavista y han decidido robar. Pero en lugar de hacerlo con sutileza como todos los demás, usaron la mochila y la música mágica de la semielfa para encantar y atacar a la multitud. Eso llamó la atención de la guardia, quienes trataron de detenerlos. El dracónido, de regreso en la escena, le abrió la cabeza a un saqueador y desató el caos. Después de eso volvieron corriendo al barco, seguidos por los guardias... y el resto es historia.
 
 
19 de marzo del 75 después de la muerte de Quarion, costa de Chult. Cuatro días para la Cumbre de Baldur.
 
El recuerdo fluye hacia mí con naturalidad cuando, apoyada en la baranda del barco, veo asomarse a lo lejos la silueta del Archipiélago de Chult. Parpadeo y el barco bajo mis pies es otro, el cielo tiene una luz distinta y siento un cuerpo muy diferente. El mar... el mar es el mismo, azul, eterno. Me inunda una ráfaga de desdén y desprecio: nunca me han caído bien esos elfos pretenciosos. Y ahora tengo que ir a Chult a tratar con Alatar, escuchar sus payasadas y tratar de arreglarlo todo pacíficamente. A lo mejor es hora de que alguien le plante cara y las cosas cambien.
 
Respiro y me noto encoger. Vuelvo a ser Rhurr, el semielfo, en una nave que ha sufrido demasiados incendios y nos lleva a Baldur, no a Fort Beluarian. Miro las islas con un nuevo anhelo, como con la esperanza de recuperar el recuerdo, de volver a esa vida lejana, como un sueño que no quieres que termine y que esperas retomar cuando cierras los ojos de nuevo tras despertarte. Recorro la silueta del archipiélago, memorizándolo, tratando de encontrar de nuevo el estímulo que ha desencadenado la visión. Revivo por momentos el enfado de mi predecesor, y por un instante se me cierran los puños al imaginarme en presencia de Alatar, pero la imagen no regresa. Se ha ido, como la marea.
 
 
22 de marzo del 75 después de la muerte de Quarion, Baldur's Gate. Día de la fiesta. Un día para la Cumbre de Baldur.
 
El clérigo ha pasado los últimos días de viaje totalmente insoportable.
 
Una vez en la antigua capital, nos ponemos los disfraces que Edward ha preparado para nosotros. No es difícil pasar las Aduanas, pero sí impedir que el equipo intente volver a esclavizar al tiflin cada vez que lo pierdo de vista. Se hace agotador tratar de protegerlo, pero no puedo soportar la idea de dejarlo en manos de gente como el mago o el clérigo, con quienes podría estar peor que con su antiguo dueño, a quien yo misma maté. No podría aguantar haberlo sacado de aquel sitio para condenarlo a algo peor. Debo encontrarle un hogar seguro.
 
Aún tenemos algo de tiempo para averiguar cómo colarnos en la fiesta. Mañana será la parte más seria, la verdadera cumbre, cuando se den los discursos, pero es hoy, en la fiesta, cuando es más probable que los nobles de los dos Imperios se vayan de la lengua. Me ajusto todas las correas mecánicamente debajo del disfraz. No es la primera vez que hago algo como esto, pero el peligro nunca es menor por mucha experiencia que tengas contra él. Como es habitual, lo primero que hago es estudiar la ciudad, fijarme en cada detalle. Es crucial escuchar a la población local, que suele tener la lengua suelta y la mano más.
 
Me separo del grupo, pero no me importa. Viajo al pasado, yo sola con mi mochila y mi capa, recorriendo una vez más las calles de una ciudad desconocida en busca de sus secretos. Es como si volviera a espiar para Ledo Shieldbearer. Me encojo un poco al caer en ello, pero respiro profundamente y sigo adelante. El viejo que me aterra también me enseñó a poner la misión por delante de todo. Me sorprendo, sin embargo, disfrutando del paseo, del aire fresco y de la inocencia que me rodea. Toda esta gente vivirá todas sus vidas sin temer conspiraciones y puñales en la espalda, y sin embargo la guerra se cebará con ellos. En una plaza me encuentro con un periódico, y lo recojo con interés, pero no estoy preparado para lo que leo en él.
 
Los miembros de la delegación de los Moonward de Velen han aparecido asesinados. Murieron antes de la Asamblea de Delzimmer, de modo que quienes encontré en ella eran impostores del Imperio Negro. Se me forma un nudo en la garganta y me escondo rápidamente en una callejuela. Lágrimas amenazan con brotar y las reprimo con mucha rabia mientras lucho por controlar mi respiración. Están muertos. Kendall sabía que estaban en peligro, me dijo a la cara que los protegería, y están muertos. Y lo que es peor, mucho peor: Ledo sabía que no iba a hacerlo. Ledo sabía que iba a fallar, y envió a alguien tras de mí a completar la misión. Sabía desde el principio que le traicionaría y que le volvería la espalda al Imperio Negro. Tenía que saberlo, o no habría tenido tiempo de hacer que alguien me sustituyera. Todo este tiempo he contado con la ambigüedad de mi situación, con que probablemente pensaría que había muerto o había fracasado y estaba intentando regresar a él, con que si la cosa se torcía podría volver a suplicar que me permitiera volver a su servicio.
 
Pero no es así. No hay ambigüedad posible. El viejo sabe que no voy a volver. ¿Qué más puede saber? ¿En qué más me he creído a salvo ingenuamente? ¡Idiota, idiota, idiota! Nunca debes pensar que estás a salvo de Ledo Shieldbearer. No importa en qué rincón oscuro te escondas, o lo bien que creas haber ocultado tus secretos, él lo sabe todo. Está en todas partes. ¡Yo debería saberlo!
 
Me encojo sobre mí misma en el suelo de la esquina del callejón. Respiro con dificultad, como si mi cuerpo hubiera olvidado que no necesita el oxígeno para sobrevivir. Siento que me mareo y tengo que sostenerme la cabeza durante varios minutos para que el mundo deje de dar vueltas. Durante una eternidad me invade el más puro y absoluto terror.
 
Pasado un rato, quizá varias horas o quizá unos minutos, siento que mi cuerpo por fin logra relajarse. Agarrotado, me levanto con dificultad y me seco la cara. Fuerzo mi respiración a un ritmo normal. Me reprendo con frialdad. Estoy perdiendo el tiempo. Quizá Ledo no lo supiera desde el principio. Quizá se diera cuenta de que algo iba mal cuando no regresé enseguida con un informe favorable. Quizá siempre mande un segundo equipo por si el primero fracasa. Nunca me explicó tan en profundidad sus planes. No debo caer en el error de pensar que le conozco de verdad. Pero tampoco en el de creer que estoy a salvo en algún lugar si a estas alturas no he vuelto a su lado.
 
Sé dónde encontrar los bajos fondos de casi cualquier lugar. Me deslizo de sombra en sombra con el sigilo de un gato y pronto me encuentro recorriendo los callejones oscuros y escuchando los susurros siniestros de la parte más secreta de cualquier ciudad. Me aseguro el cierre de la capucha y el mango de un puñal.
 
Ha acudido Gard Shieldbearer a la ciudad, acompañado de sus condenados mutistas, para estar presente en las celebraciones. Hace bastante que no hay acción real en el frente, aunque los periódicos afirmen que la guerra es cruenta. También descubro que las invitaciones a la fiesta en Palacio se enviaron a nombre de las familias feudales de los dos Imperios, e incluso consigo un dibujo del aspecto que tienen, pero lo que es más interesante es que casi nunca las piden, porque todos se conocen. Contemplo la posibilidad de suplantar a alguno de los invitados, pero me decepcionaría que el Concilio Dorado no hubiese puesto en marcha sistemas de seguridad mágicos para impedir algo así. No, no podemos hacernos pasar por alguien a quien vayan a echar de menos, decido mientras observo a lo lejos las torres de colores del Palacio. Entonces... ¿una escolta?
 
De regreso en el barco descubro que el resto del grupo, salvo el mago soberbio, han tomado diversos caminos separados. Bien, pienso por una parte, porque no era lógico que tratásemos de entrar todos juntos, pero por otro lado estoy seguro de que encontrarán la forma de volar todas nuestras tapaderas. El mago y yo encontramos la nuestra entre la escolta de los Netherheir: todos encapuchados y silenciosos, ideales para una infiltración. No es difícil disfrazarnos y unirnos a la cola. Es la hora.
 
Pasamos la primera prueba y nos separamos de los Netherheir. Nos deshacemos de las capas negras y nos internamos en la fiesta con nuestras mejores galas robadas y confeccionadas con mano de obra esclava tiflin. Respiro profundamente y me meto en mi papel: mi nombre es Lily Ormp, de los Ormp, que es una rama menor de la familia Orm. Los Orm nunca vienen a esta fiesta, no hay nadie que pueda reconocernos, y por lo general todos confiarán en que nos han dejado entrar. No es una tapadera muy resistente, pero sólo tiene que durar una noche y un día. Pongo una sonrisa en mi cara y me adentro al océano tormentoso que es la socialización entre nobles.
 
Eleanor Shieldbearer está aquí, y podría reconocer mi voz, así que me mantengo lejos de ella mientras se burla del resto de los invitados y pone de los nervios a Gard, quien prefiere mostrarse agresivo y amenazador. Reconozco los blasones de casi todas las familias feudales principales de los dos Imperios, y algunos símbolos élficos. Oigo menciones a una guerra comercial entre Calim y los Altos Elfos de Chult. La sala del trono reluce, decorada para la ocasión, y luz exterior se cuela por el gigantesco agujero del techo. Una parte de mí sabe que he estado aquí antes, y se me llena el pecho de ansiedad, pero no logro convocar un recuerdo tangible. Me acerco más, como tratando de alcanzarlo, y entonces un destello dorado bajo toda aquella luz capta mi atención. Entonces siento un violento golpe en el pecho, una puñalada que me arranca el aliento, y ya no estoy en la fiesta de Baldur's Gate.
 
Me rodea un campo de batalla. El suelo antes brillante y decorado está ahora pegado a mi cara cubierto de sangre y suciedad. Me llevo la mano al pecho y lo noto húmedo bajo mi uniforme de soldado. Es mi sangre la que lo mancha todo y me asfixia con su olor a muerte. Miro a lo lejos, donde el dracónido dorado de la hoja de jade destroza sin problemas a todo mi escuadrón. Es demasiado fuerte... está matando a todos mis compañeros. Vuelvo la vista al cielo estrellado a través del enorme agujero abierto en el techo, y veo a dos gigantescos dragones dorados volando arriba, arriba, arriba... Las estrellas se desvanecen, y una voz familiar, reconfortante, me rodea. "Hola de nuevo", dice Aqueron, el Señor de la Frontera.
 
Delante de mí, Sir Blesa, el Caballero de Oro, parlamenta educadamente con la delegación de Altos Elfos. No lleva la espada verde con la que asesinó a mis compañeros, pero con el recuerdo aún reciente no puedo evitar mirarlo con furia. Aún tengo la mano en el pecho, donde me atravesó aquel golpe mortal hace tantos años. Vuelve a haber música y color a mi alrededor, pero parece apagada ahora, y no puedo dejar de oír los gritos de mis compañeros y el chasquido del metal contra el metal. Nunca tuvimos ninguna oportunidad.
 
Vuelvo en mí antes de que nadie se percate de mi comportamiento, pero decido evitar a Sir Blesa por el momento. Hay mucho que escuchar sin necesidad de arriesgar mi tapadera.
 
Oigo varios rumores interesantes, como que Jozan no es más que una marioneta en manos de los Shieldbearer. Recuerdo por un momento la noticia del periódico y pienso en lo fácil que le resulta al viejo usar a todo el mundo de marioneta, y regresan a mí recuerdos desagradables. No he visto demasiadas veces a Jozan Dragonoath en esta vida, pero recuerdo que me inspiraba un terror muy distinto al que provocaba Ledo. Con el viejo, siempre temía ser castigada, pero más decepcionarlo o no ser digna de él. Jozan era como un niño. Era niño violento con muchísimo poder que quería solucionarlo todo por la fuerza, y que sin embargo se dejaba aplacar por Ledo con increíblemente facilidad. El viejo podía controlar a aquel vendaval salvaje, a aquella fuerza de la naturaleza, como si fuera un cachorro. Y no sólo a él. Podía controlarnos a todos, y lo hacía: incluso a mí, que entré a su servicio para utilizarlo, me absorbió y me controló por completo, y me tuvo años ansiando una palabra de reconocimiento o un gesto de aprobación suyo. Ledo Shieldbearer me asusta por motivos lógicos y basados en la experiencia; Jozan Dragonoath me aterra por instinto.
 
Gard, fiel a su estilo, amenaza veladamente a la delegación de Altos Elfos. No puedo evitar notar que no ha acudido ningún Elfo del Bosque. Los señores feudales del Imperio Blanco hablan entre sí, descontentos con Kendall. Los Dragonheir muestran su enfado por los problemas con el comercio y los piratas del Mar Interior. Los Moonward hablan de los asesinatos, y a mí se me revuelve algo dentro. Noto que, a lo lejos, Sir Blesa permanece como anfitrión neutral, cordial con todos y amigo de nadie.
 
Pasado un tiempo, cuando la fiesta se va apagando, los Shieldbearer abandonan la sala. El mago y yo les seguimos y escuchamos parte de su conversación: mencionan que se marchan ya, y que va a haber una revolución dentro. Los Risingbreaker y los Netherheir salen, así como otras pocas familias, sobre todo del Imperio Negro. Pasamos la noche en palacio.
 
 
23 de marzo del 75 después de la muerte de Quarion. Día de la Cumbre.
 
Del Imperio Negro solamente han quedado los Morases de Dales. Y no entiendo por qué hasta que Sir Blesa comienza su discurso. Y aún entonces no me lo puedo creer.
 
Llama a la guerra. El Concilio Dorado, con su ciudad-Estado, declara la guerra a los dos Imperios. A Jozan y Kendall. Anula todos los tratados de Baldur's Gate con los Imperios Blanco y Negro y pide a todos lealtad a un nuevo Imperio Dragón. Observo estupefacta cómo llama a acabar con Jozan y Kendall, y aún más sorprendida cuando las familias del Imperio Blanco y los Morases le juran lealtad. Esperaba todo tipo de cosas, pero esta situación no la habría predicho en diez vidas. Y eso me asusta. Los Altos Elfos juran no intervención, y cuando todos los ojos se vuelven hacia nosotros, los Ormp, debo improvisar. Anuncio una excusa medio creíble sobre no tener la autoridad para tomar esta decisión por nuestros señores, los Orm, y nos ofrecemos a regresar al feudo a consultarles. Sir Blesa, muy educadamente, nos invita a permanecer en Palacio hasta que lleguen noticias de casa.
 
Estamos atrapados y el tiempo corre.

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