Sun 18th Apr 2021 12:50

Diario de Rhurr III: Las Cloacas de Calimport

by Rhurr Jahlaree

17 de marzo, año 75 Después de la Muerte de Quarion. Quedan seis días para la Cumbre de Baldur.
 
El clérigo y yo, tras perder todas sus posesiones, nos refugiamos en una taberna. Conocemos allí, de casual casualidad, a un seguidor de Boccob, el Señor de Toda Magia. Nuestro clérigo sin dios, desesperado por ofrecerle sus servicios a una nueva divinidad y acabar con sus desgracias, decide adoptar a Boccob como su nuevo dios. Contemplo con resignación cómo comete un nuevo error en la larga lista de errores que es su vida.
 
Al menos, el mago que ha conectado a nuestro clérigo con su nuevo Señor nos da una pista sobre el paradero de la mochila de portales: la clave es un panfleto que hemos encontrado antes en la calle. Al parecer, está prohibido poseerlo. Lo observo con más atención: vuelve a mencionar a Krahe, y los bajos fondos de la ciudad también. Veo además un símbolo: lo confundo al principio con el ojo tachado que recuerdo haber soñado, pero el clérigo me señala que no es más que un laúd. Suspiro. He vuelto a dejar que mis recuerdos influyan en mi percepción del mundo y he visto lo que quería ver, no lo que había.
 
De regreso en el barco, coincidimos en que debemos encontrar un nuevo capitán, y ha de ser hoy, porque no tenemos más que un día de margen para llegar a la antigua capital si queremos colarnos en la Cumbre. Y quiero colarme en esa Cumbre más que nada en el mundo en este momento. En algún instante en el que nos hayamos despistado mientras entrevistábamos a candidatos a capitán, el enano se ha separado del grupo y desaparecido. Oh, bueno, estará buscando piedras.
 
Conseguimos finalmente contratar un hombre de mar decente que acepta las condiciones y regresa entonces nuestro enano con la armadura rota y corroída. al parecer, se ha topado por casualidad con la entrada de las cloacas que llevamos toda la mañana buscando, y como no tenemos nada mejor que hacer y nuestro clérigo va a volverse loco si no hacemos por lo menos el intento de encontrar su mochila, decidimos bajar.
 
Es un laberinto, y nadie se ha molestado en intentar interpretar las pistas ocultas en el panfleto para resolverlo. Nos damos cuenta demasiado tarde, cuando tras largo rato de recorrer los pasillos y las salas y de caer por túneles y remolinos, empapados, la barda descubre las marcas ocultas en las letras del texto. Después de eso, no tarda demasiado en dibujar el mapa que deberíamos haber seguido. El problema ahora es que no sabemos dónde estamos: el mapa no nos sirve de nada si no volvemos a la casilla de salida.
 
Nos cuesta otro largo rato y perdernos varias veces más volver a la entrada, y, ahora sí, seguimos las indicaciones hasta que empezamos a toparnos con bandidos. No nos queda más remedio que matar a unos pocos antes de lograr convencer a otros de que nos lleven ante su líder. Nos recibe al fin la mismísima Krahe, la barda que encantó a mis compañeros en la plaza mientras sus subordinados les robaban todo el equipamiento. Estrecho el diario contra mí instintivamente. Aún no estamos a salvo.
 
Nos propone unirnos a ella. Por desgracia, no podemos. Tenemos una misión. Lo lamenta, pero si somos o ayudamos a sus enemigos no nos puede devolver nuestras cosas por las buenas, así que propone una serie de pruebas.
 
Primero, encierra al mago y al guerrero en una jaula con uno de sus mejores luchadores y les ordena aguantar dos minutos y medio en ella. Por si fuera poco, cada pocos segundos los ataca con alguna clase de conjuro que los debilita. Nuestro mago logra a duras penas superar la prueba consciente hechizando a su rival para que no lo atacase. No quiero pensar en lo que habría ocurrido si no hubiera tenido ese as en la manga.
 
La prueba de Inteligencia consiste en una serie de preguntas sobre política e Historia. Una vez más, aprobamos por los pelos, esta vez el mago y yo.
 
La última prueba es de Destreza. Consiste en una pelea sobre la cuerda floja, en las alturas, con uno de sus ladrones. Se me encoge algo dentro, como siempre que me enfrento a la muerte de cara. Pero, también como siempre, me armo de valor y confío en mis habilidades y en mi entrenamiento. Tengo un protocolo para estas situaciones. Y mi protocolo es poner el diario a salvo antes de llevar a cabo ninguna locura. Se lo he entregado a Krahe para que lo custodie para ti, futuro yo, si estas son las últimas líneas que escribo en él.