Entre los arrozales caminan los campesinos, con el sudor resbalándoles por la frente, saludan a un cazador que por allí pasa, con su arco y sus trampas, en un hombro, carga con un saco lleno de conejos. Va en dirección a la ciudad, cuyo emperador debate con sus generales una estrategia para defenderse de los ataques del sur, su hija se pasea por los juncales detrás del palacio, mientras es acechada sin darse cuenta por un zorro de viles intensiones. Pero ella no teme, pues está segura con la protección de un cegador que si bien no caza bestias ni siembra arroz, también caza y tambien cosecha.