La Caída de Aetherion - Sesión 1
Introducción
El Declive de Aetherion (Año 2874, Día 17 de Zhaelor)
En el vasto continente de Aetherion, un lugar que alguna vez fue sinónimo de felicidad y paz, algo oscuro comenzó a gestarse. Durante siglos, Aetherion había sido un símbolo de prosperidad, sus paisajes vibrantes reflejaban la armonía entre las diversas razas y culturas que lo habitaban. Sin embargo, en las últimas semanas, una sombra inexplicable se extendió, alterando la realidad y sembrando el caos.
Las cosechas se marchitaron, las bestias se tornaron hostiles sin razón aparente, y la tierra misma parecía gemir bajo el peso de una fuerza invisible. Los sabios, inquietos, susurraban sobre pactos olvidados, deidades caídas y horrores que acechaban en la penumbra de la historia.
Silvaria y el Castillo de la Eternidad
En el corazón de Aetherion se erguía Silvaria, una región famosa por su grandeza arquitectónica y su legado histórico. Dominando sus tierras se encontraba el imponente Castillo de la Eternidad, un bastión arcano construido sobre antiguas líneas de energía que recorrían el continente.
En lo más profundo del castillo, oculto tras capas de protecciones ancestrales, descansaba el Orbe del Equilibrio, la piedra angular que mantenía en balance las fuerzas de Aetherion. Custodiado por generaciones de guardianes, el Orbe evitaba que el mundo sucumbiera al caos absoluto. Pero ahora, aquellas energías antaño puras comenzaban a torcerse.
Ante la incertidumbre creciente, el Rey Aldric envió mensajeros por todo el continente, convocando a campeones dignos de la tarea de proteger el Orbe en tiempos oscuros.
Los Héroes de Aetherion (Año 2874, Día 9 de Nethrakas)
Cinco héroes respondieron al llamado y viajaron hasta el Castillo de la Eternidad, cada uno con habilidades y un destino entrelazado con la tragedia venidera:
- Gasgalot, el Kenku Warlock: Un hechicero astuto y oportunista, envuelto en pactos con fuerzas insondables.
- Azula, la Tiefling Druida: Una guardiana de la naturaleza, testigo de su declive y desesperada por restaurar el equilibrio.
- Cham'Pu "La Sombra Oscura", el Bugbear Guerrero: Un coloso imparable, armado con determinación y fe ciega en su fuerza.
- Elaia, la Eladrin Maga: Erudita de los misterios arcanos, consciente de que el conocimiento es la única salvación.
- Kaelis, el Changeling Monje: Un nómada de mil rostros.
El Día Que Cambio Todo
La Aparición de la Oscuridad (Año 2875, Día 29 de Varenthis)
El día en que la amenaza finalmente alcanzó Silvaria, el Rey Aldric convocó a los héroes a la sala del trono. Las miradas tensas de la Reina Elara y la princesa Iriel Wynlen revelaban la gravedad de la situación. El aire se sentía denso, como si una opresión invisible descendiera sobre el castillo.
De repente, un estruendo sacudió la fortaleza. Gritos de agonía y el eco de una batalla perdida llenaron los pasillos. El frío caló hasta los huesos mientras una neblina espesa comenzaba a esparcirse.
—¡Debéis marcharos de inmediato! —ordenó el Rey Aldric a su familia—. Nerita Consul y Alary Fearmer, acompáñenlas a un lugar seguro.
Mientras la familia real se alejaba, el rey se volvió hacia los héroes, su rostro sombrío y decidido.
—Debemos llegar al Sanctum de la Guardia Eterna antes de que sea demasiado tarde. Si el Orbe del Equilibrio cae en las manos equivocadas… todo estará perdido.
—Nosotros los acompañaremos —dijeron Aragorn Zybarien y Goose Skanes, alzando sus armas.
Pelea en la Sala del Trono
El suelo tembló mientras una grieta oscura se abría en la entrada, exhalando un humo negro y espeso. Criaturas deformadas emergieron de su interior: guerreros caídos, ahora marionetas de una fuerza mucho mayor.
Los Guardianes Reales, Aragorn Zybarien y Goose Skanes, desenvainaron sus espadas mientras los héroes se preparaban para el combate. La batalla fue brutal, pero los héroes prevalecieron sin sufrir bajas.
Pelea en el Pasillo del Castillo
Dirigiéndose hacia la trampilla secreta que los llevaría al pasillo del Sanctum de la Guardia Eterna, Goose Skanes se ofreció a bajar primero, pero Gasgalot lo interrumpió, insistiendo en que él debía ir primero. Goose intentó convencerlo de lo contrario, pero el Kenku no cedió.
Goose abrió la trampilla y permitió que Gasgalot descendiera primero. Apenas puso un pie en la penumbra, un chillido inhumano rasgó la oscuridad. Un sonido húmedo y el eco de un hueso astillado resonaron en la cavidad subterránea.
Sin dudar, Goose descendió tras él, su respiración acelerada por la tensión. La escalera de piedra parecía hundirse en la nada. Al tocar el suelo, la visión que lo recibió lo llenó de horror: Gasgalot estaba atrapado en las mandíbulas de un colosal ankheg, su pico abierto en un grito ahogado mientras los dientes quitinosos crujían sobre su carne.
Antes de que Goose pudiera reaccionar, un segundo ankheg emergió de la oscuridad, bloqueando la única salida. Sus ojos múltiples reflejaban un hambre insondable. El aire se tornó denso con el hedor de bilis ácida.
La lucha fue encarnizada. Cham'Pu se lanzó contra la criatura que retenía a Gasgalot, su enorme hacha desgarrando placas de quitina con cada golpe. Elaia conjuró un fulgor arcano, iluminando brevemente el rostro desfigurado de la bestia antes de lanzar una descarga que hizo que el monstruo soltara a Gasgalot. Kaelis, con movimientos precisos, esquivó una embestida y golpeó con sus puños envueltos en energía ki, quebrando una de las patas de la criatura.
Pero los ankhegs no eran simples bestias. El segundo abrió su boca y proyectó una corriente de ácido corrosivo. Goose apenas tuvo tiempo de levantar su escudo antes de que la sustancia golpeara las paredes, disolviendo piedra y carne con el mismo entusiasmo. Azula extendió sus manos y raíces encantadas surgieron del suelo, atrapando las patas de la criatura y frenando su avance.
Gasgalot, tambaleante, se sujetó el torso ensangrentado mientras Elaia se escabullía a su lado para conjurar un hechizo de sanación. La magia cerró parte de sus heridas, pero la mirada del kenku seguía llena de pánico.
Finalmente, tras un esfuerzo conjunto, Cham'Pu asestó el golpe final, hundiendo su arma en el cráneo del primer ankheg, mientras Kaelis propinaba una serie de ataques demoledores al segundo, dejándolo inerte en el suelo. El pasillo quedó en silencio, excepto por la respiración entrecortada de los héroes y el sonido de la bilis aún burbujeando en la piedra corroída.
Se quedaron quietos por un momento, asegurándose de que no quedaran más horrores al acecho antes de seguir adelante, sabiendo que el verdadero terror aún los esperaba más adelante.
El Sanctum de la Guardia Eterna
El aire era denso, cargado de una energía oscura que parecía filtrarse desde las mismas paredes del castillo. Goose Skanes y Aragorn Zybarien avanzaban con cautela, su atención fija en el cadáver del ankheg caído, su caparazón resquebrajado y aún humeante por la bilis ácida derramada en el combate anterior. Algo en la escena les resultaba inquietante, pero antes de que pudieran analizarlo, Gasgalot, con su astucia y persuasión, los urgió a seguir adelante.
A pesar de su insistencia, Goose y Aragorn intercambiaron una mirada, vacilando por un momento. El cadáver del ankheg parecía demasiado intacto para lo que habían visto en la batalla anterior. Sin embargo, la seguridad del Orbe del Equilibrio era una prioridad, y la influencia mágica de Gasgalot reforzó su convicción. Finalmente, los tres se posicionaron en la entrada del sanctum.
Cuando Goose, Aragorn y el Rey Aldric se preparaban para cruzar la entrada, un oscuro portal se abrió repentinamente sobre el cadáver del ankheg. La grieta se expandió con violencia, devorando la luz del entorno con su negrura absoluta. Un zumbido gélido inundó el aire, y un hedor de muerte antigua emergió de su interior. La temperatura descendió de inmediato, y el vaho helado escapó de los labios de los guerreros. De la brecha emergió una figura imponente, cubierta de una armadura oxidada y envuelta en una aura de muerte. Sus pasos eran pesados, y el eco de antiguas batallas resonaba en cada uno de ellos. El Guerrero de la Muerte había llegado.
El horror se reflejó en los ojos de Goose, Aragorn y el Rey Aldric. El titánico ser se quedó inmóvil por un momento, como si saboreara el miedo que lo rodeaba. Gasgalot, con una mente calculadora y su veneno verbal, vio la oportunidad y actuó. Con un tono sereno, convincente, y reforzado con su influencia mágica, persuadió a los caballeros y al rey de que debían formar la primera línea de defensa.
A pesar de la creciente sensación de fatalidad, Goose, Aragorn, y el Rey Aldric dudaron solo un momento. Pero la convicción implantada por Gasgalot se impuso, y los tres avanzaron, colocándose entre la criatura y el resto del grupo, listos para enfrentarse a la amenaza.
El Guerrero de la Muerte los observó, sus ojos espectrales brillando con malicia. Con un movimiento fluido y sin esfuerzo, levantó su colosal espada, y con un solo y devastador tajo, segó la vida de los tres. La hoja cortó el aire con un silbido mortal antes de que sus cabezas se separaran de sus cuerpos. No hubo gritos, solo el sonido húmedo del acero al atravesar la carne y el eco de los cráneos rodando por el suelo de piedra.
La sangre caliente se expandió por las losas del pasillo, reflejando la luz espectral del portal aún abierto. Los héroes restantes quedaron paralizados, sus mentes atrapadas entre el horror y la incredulidad. Pero no había tiempo para el duelo. Gasgalot, con su frialdad habitual, supo que la "oportunidad" estaba ante él. Un hechizo brotó de sus dedos y su forma se distorsionó entre la bruma ilusoria. Cuando emergió de la niebla, su semblante era el del Rey Aldric. La suplantación estaba completa. Los héroes entraron al Sanctum.
Mientras tanto, la oscuridad se expandía. Los portales oscuros continuaban abriéndose alrededor del Orbe del Equilibrio, y de ellos emergieron nuevas y terribles presencias. El Cazador de Carroña, un espectro pestilente acompañado de bestias carroñeras devoradoras de cadáveres. El Necromatón, una amalgama profana de carne putrefacta y engranajes arcanos, irradiando un poder corrupto. El Blight, una figura espectral que había sido druida, pero ahora solo traía muerte y descomposición con cada paso. Y por último, un Lich Bárbaro, que alzó su enorme hacha goteante de energía maldita y gritó con voz retumbante:
—¡Recordad, venimos por el Orbe y por el Rey!
El sanctum tembló. La profanación estaba completa. El combate final era inevitable.
Los héroes enfrentaron a los horrores que emergían de los portales. El Guerrero de la Muerte, habiendo ya reclamado tres vidas, avanzó con su espada aún goteando sangre. A su alrededor, la oscuridad parecía cobrar vida, pulsando con la esencia maldita de su mera existencia. El sanctum, antaño un refugio sagrado, ahora resonaba con una energía profana que parecía devorar la luz misma.
Los conjuros iluminaron fugazmente la sala en estallidos de llamas y descargas arcanas. Elaia, canalizando su última reserva de energía, lanzó esferas ígneas que impactaron contra El Necromatón, pero la abominación de carne y engranajes ni siquiera titubeó. Cham'Pu, con su brutalidad inquebrantable, cortó el aire con su hacha en busca de su presa, pero El Lich Bárbaro bloqueó el golpe con su hacha rúnica, devolviendo el ataque con una furia espectral que desgarró la armadura del bugbear. Azula, rodeada de raíces corruptas que luchaban contra su voluntad, apenas lograba contener el avance de El Blight, que marchitaba todo a su paso con su mera presencia.
Kaelis intentó una maniobra desesperada, buscando debilitar al Necromatón con una ráfaga de ataques veloces, pero la criatura apenas pareció notarlo antes de proyectar un pulso de energía necrótica que lo lanzó contra los restos de un altar caído. El monje se desplomó, su cuerpo convulsionando por la fuerza del impacto.
Uno por uno, los héroes caían.
Gasgalot, oculto en su engaño, permaneció inmóvil, su disfraz de Rey Aldric aún intacto. Observaba el caos con una fría indiferencia, dejando que sus aliados fueran exterminados. No intentó ayudar. No intentó huir. Solo aguardaba.
El último en caer fue Elaia. Intentó un último conjuro para abrir un portal, una escapatoria de la condena inminente, pero El Lich Bárbaro se movió con rapidez inhumana, su hacha describiendo un arco mortal. La hoja se hundió en su carne, y la maga se desplomó, su sangre oscureciendo las piedras del sanctum.
Cuando el último cuerpo tocó el suelo, el aire vibró con una energía desconocida. Una luz dorada, ajena a la corrupción que dominaba el lugar, comenzó a envolver a los héroes caídos. Sus cuerpos, aún inertes, comenzaron a elevarse, arrastrados por una magia imposible de comprender. Antes de que los liches pudieran reaccionar, la magia los reclamó y, en un instante, los héroes desaparecieron del sanctum, dejando solo el eco de la risa malévola de sus enemigos.
La Caída de Aetherion
Con los héroes derrotados y fuera del sanctum, los liches finalmente se acercaron al Orbe del Equilibrio. El Blight, con sus dedos esqueléticos cubiertos de venas oscuras, alzó el orbe con un gesto ceremonioso. Un susurro indescriptible recorrió la sala cuando la luz azul que había iluminado el sanctum desde tiempos inmemoriales comenzó a apagarse.
El suelo tembló. Las paredes, talladas con glifos sagrados, se resquebrajaron. La realidad misma pareció desgarrarse con la profanación del orbe. Las sombras se alzaron, devorando lo poco que quedaba de la pureza del sanctum.
En el exterior, el cielo de Aetherion se oscureció. Ciudades enteras sintieron el peso del desequilibrio. Los ríos comenzaron a secarse, las cosechas se marchitaron en cuestión de horas, y las bestias del mundo sintieron una llamada ancestral, una llamada que despertó su furia más primitiva.
Aetherion, el mundo vibrante, el reino de los mortales…
Había caído.
Comentarios