Este documento contiene material que puede ser sensible para algunos, más si se tiene en cuenta que algunos son datos verídicos acaecidos en Europa durante la peste negra. Leer con discreción.
Descansen en paz todas las víctimas de la Perversión Cetrina
La terrible Perversión Cetrina que nos azotó hace poco, aún nos deja atroces secuelas, las mentales son las peores de todas. El gran héroe que nos liberó de este castigo, el clérigo Záyanel no sólo se sacrificó para sanar a unos pocos enfermos, sino que dio su vida para que entendiéramos que la cura siempre estuvo entre nosotros, entre los bondadosos y dispuestos a sacrificarse con tal de acabar con un mal tan perverso.
Este es un diario que llevaba el clérigo, donde nos demuestra que no existe credo que nos pueda dividir. Se comparte este diario con todos para que nunca quede olvidado lo que vivimos, lean pues, sabiendo que es real lo que ocurrió.
En los barcos que llegan a Abjanel desde La Aislada llaman “condenados” a los que muestran unos síntomas que indican la muerte inevitable, a éstos los apartan, pues ni siquiera se atreven a tocarlos para arrojarlos al mar, los puertos comienzan a apestar a muerte.
He seguido a las barcas que parten hacia el sur, no esperaba ver que se tomaran tan en serio esto, pero es cierto que atestan grandes navíos de carga con muertos de los muelles, los llevan luego a una pequeña isla, la isla de la plaga la han llamado, ¿acaso creen que pueden tirar el problema de un lugar a otro?, ¡pobres ilusos!
La Aislada, en Abadtrah
Antes que cerraran el comercio con La Aislada pude verificar que la situación allí era sólo un atisbo de lo que pasaba en aquella isla olvidada por los dioses. ¿Alguien leyó alguna vez en los libros de historia que las ciudades estuvieran abandonada y que los campos quedaran desiertos? El campo estaba cubierto de cadáveres, la isla entera estaba gobernada por una espantosa soledad.
Parece que cuando la enfermedad llegó a La Aislada pronto las carrozas funerarias tuvieron que cargar con tres o más cadáveres. Acabó con tantos que fue imposible contarlos, no quedó ni una ciudad, ni una aldea, ni una casa en la que no matara a la mayoría de sus moradores, sino a todos.
Priano, país de Aedal en Filnar
De muy mala gana escuché del mago que debió traerme el preciado broche que sigo sin tener que no ha podido recibir nada de los mercaderes de Priano, así que he ido a reclamar en persona lo que me pertenece. Ha sido aún peor mi decepción al ver que fuera de sus murallas acampan miles de mercaderes, elfos y niños humanos, pues son los que hasta ahora han sido prohibidos en la ciudad, creyendo que son quienes llevan la plaga. He olvidado por completo mi enojo al ver el desalentador escenario a las afueras de El Palacio, los cadáveres se llevan lejos, se entierran en profundos fosos o se queman en hogueras que nunca cesan de arder, algunas calles tienen más cadáveres que personas, allí los vivos son quienes se van.
Nadie de los que estuvieran cerca de los que iban a morir podía evitar la muerte, de esta forma, los padres, hijos, familiares y vecinos, perecían uno tras otro.
El muelle es un lugar desolador, los hombres reman en pequeños botes, llevando los cadáveres desde las casas abandonadas hasta mar adentro, fuera de la ciudad, la marea trae cada vez más cuerpos a la costa, se golpean todo el tiempo contra las embarcaciones, por lo que en el mismo muelle se cavaron fosas muy profundas para arrojar los cuerpos en ellas.
Meikos, país de Mercari en Filnar
El gran y reconocido reino de Meikos ha sido también abrumado por la plaga, en la ciudadela de artesanos la cordura ha comenzado a abandonar a los que sobreviven, la esperanza, lo único que les quedaba, ha sido abandonada, aquellos que han sido dejados a su suerte, se rinden ante los hechos y sólo aguardan la muerte. He sabido que se han creado muchas organizaciones, algunas autorizadas por las ciudades y los gobiernos, todas en busca de una cura, pero se ven continuamente devastadas por las muertes de sus miembros.
Son numerosas las personas enterradas vivas. Mientras esperaba por un encargo presencié en una plaza un juicio, se juzgaba a una sirvienta, había admitido que había robado a un campesino y no negó que también había quemado su granja, además afirmaba que en caso de quedar libre quemaría la ciudad misma, así que fue enterrada viva, descanse en paz.
Zarquitania, país de Orani en Filnar
Recibí información sobre la terrible situación que viven en Zarquitania, parece que la gente prefiere la esclavitud y el trato que recibían de los elfos oscuros antes que la plaga. La carta que recibí cierra con un dato desalentador: Tan solo en un día, la peste mató a mil quinientas personas.
He llegado aún con el temor de encontrar cosas peores, ya no es nada placentero ver tanta muerte esparcida. Veo que los enfermos han sido relegados a sus casas, excluidos por todos, muchos callan cuando se saben enfermos, pero es deber de todos denunciarlos.
Echan en las fosas a la gente a todas horas del ciclo, no hay oraciones en el entierro, que visión tan terrible, quién no se estremecería ante ella, pero nuestros corazones se han endurecido ahora que no confiamos ya en el futuro, el dolor aumenta por todas partes. ¿Qué será de nosotros?
He escuchado a alguien gemir entre un montón de cadáveres, mientras el sepulturero arroja una pila de cuerpos a una gran fosa, para luego cubrirlos con poca tierra, justo antes de arrojar más cuerpos. Los gemidos se ahogaron mientras el enterrador cantaba diciendo; queso, pasta, queso, pasta.
Hálerey, en Montino
He llegado a Hálerey mágicamente, pues ya no hay marineros dispuestos a transportar a nadie.
Aquí corre el rumor de que los niños traen la plaga, nada más llegar y caminar entre sus calles he visto a un par de ellos, los niños sollozaban. “¿Por qué me abandonas padre? ¿olvidas que soy tu hijo? ¿dónde estás madre?”. Decían mientras buscaban entre los que pasaban que sólo los ignoraban.
Tuve que matar a un granjero en una taberna, luego de escuchar que una vez un niño y una niña perdieron a sus padres debido a la peste, iban de granja en granja pidiendo de comer, un día el granjero les dijo que tenía comida, que fueran a tomarla en una zanja que acababa de cavar, sin sospechar nada, fueron allí a comer, a continuación, él y otros campesinos empezaron a rellenar la zanja, mientras los
niños les gritaban: ¿Por qué echan tierra a nuestra comida?
Ya no me place matar. Esto es más de lo que podemos soportar, empero ahora lamento percibir un mal mayor cuando hace cinco ciclos vino a mí un viejo suplicando auxilio por su familia enferma, no lo ayudé por supuesto, pero fue tal su insistencia que en el pasado atardecer recordé el encuentro al pasar por el lugar y quise entrar a la que indicó era su casa. El lugar hedía a putridez y carroña, ocho humanoides en total yacían en diferentes estados, muertos obviamente, pero de cierta manera tan desfigurados y maltrechos algunos que pensé lo había hecho alguna criatura, pero el viejo estaba mejor que los otros, si obviaba el charco de sus destruidos abscesos y de color verdoso sobre el que yacía.
Ya no tengo duda alguna de que El Cambiante se refería a esto cuando me cegó con la terrible visión de cuerpos atiborrados por todas partes y esa extraña masa de entrañas viscosas y ondulantes que se abrían camino fuera de ellos.
Esto que veo ahora de alguna manera es mayor que la capacidad que se me ha dado, pero estos pobres vagabundos creen aún que los dioses responderán a sus súplicas, he oído corear a varios algo cercano a una oración “Oh grandes dioses, ordenad al ángel vengador que contenga su mano para que la tierra no quede desierta y perdáis a todos tus siervos, les suplicamos humildemente que detengan la llama de la ira.”
Pobres ilusos, es más sensato aquel que gritaba “Por qué nuestra época merece tal castigo, la razón por la que habéis tomado tal decisión escapa al raciocinio humano”, al menos comprende su posición de vil mortal.
Los dioses no tienen poder sobre la plaga, la gente está huyendo a lo salvaje, algunos a morir a las garras de una bestia, algo más digno.
Aborrezco la maldita manera en que El Cambiante me trae augurios y me lanza siempre a la misma absurda visión de moribundos e inmundicia, hice mi labor y no hay cura, los curanderos, herbarios y alquimistas tampoco han podido sanar a la gente, muchos han muerto envenenados en un desesperado intento por encontrar una cura en brebajes y plantas.
Ahora sí que veo a los tontos que antes concurridamente exclamaban alabanzas a sus dioses darles la espalda como bien merecido lo han tenido siempre, si bien hay un silencio opresivo, la gente que va a los servicios fúnebres se tapa los oídos para no escuchar el tañer de las campanas del templo, de nada sirve su cantar, algunos ya ni siquiera despiden a sus muertos como los dioses mandan.
Me voy de este podrido lugar, no puedo sacar de mi mente la imagen de una niña amarrada en un potrillo y suplicando a su familia; “Venid, tengo sed, dadme un poco de agua, todavía estoy viva. No temáis, quizás no muera, ayudadme, sostened mi cuerpo enfermo.”
Mientras me retiro de la ciudad puedo ver uno de tantos letreros, irguiéndose entre las desoladas calles: “Cualquiera que tenga un absceso, deberá abandonar inmediatamente la ciudad y vivirá en el bosque hasta que muera o recupere la salud. Los clérigos que no informen de su enfermedad serán quemados vivos y los que cuiden a los enfermos, serán condenados a muerte.”
No podré descansar hasta morir o encontrar cómo apaciguar el dolor de tanto enfermo.
Eiláar por Jonathan Herrera
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