William Dilaurentis
William Dilaurentis nació en Lucetum, en el seno de una familia de la nobleza menor. Desde joven, su ambición fue tan vastamente desproporcionada como la modesta posición de su linaje. Soñaba con elevar el nombre de su familia al escalafón más alto, convencido de que el destino de los Dilaurentis debía ser grandioso. Sin embargo, William albergaba un deseo que iba en contra de las expectativas de su entorno: soñaba con ser un escritor. A pesar de su fervor autodidacta, nunca logró producir nada digno de mención, y su familia no dejó de recordarle lo poco apropiado que era ese anhelo para alguien de su posición.
En su adultez, William se casó con Elisabeth, una mujer de igual rango noble, astuta y decidida. Juntos tuvieron tres hijos: William, como su padre; Edmund, y Evelyn. Sin embargo, debajo de la fachada de un matrimonio respetable y una familia aparentemente ideal, William y Elisabeth compartían una obsesión peligrosa: cumplir los sueños que la vida parecía negarles. Esa obsesión los llevó a un camino oscuro.
Usando su fortuna y contactos, los Dilaurentis consiguieron contactar con un diablo e hicieron un pacto con él. Obtendrían habilidades excepcionales. William se convirtió en un brujo capaz de escribir "historias vivas", relatos que atrapaban a las personas dentro de dimensiones de bolsillo, donde se convertían en los protagonistas de tramas diseñadas para atormentarlos. Elisabeth, por su parte, recibió una belleza eterna e hipnótica, capaz de manipular a cualquier persona que no fuera lo suficientemente fuerte de voluntad con su mera presencia. Pero los diablos nunca entregan regalos sin retorcerlos.
William pronto descubrió que sus libros solo podían ser de terror; cualquier otro género carecía de la fuerza sobrenatural que les daba vida. Elisabeth, mientras tanto, se dedicó a consolidar la posición de la familia en la nobleza de Exalia, acumulando una vasta fortuna y eliminando a quienes se interponían en su camino. Los Dilaurentis utilizaron sus poderes de brujos sin reparo, confiados en que habían encontrado la clave de su éxito.
Sin embargo, todo poder tiene un precio, y el suyo fue demasiado alto. En el noveno cumpleaños de su hijo mayor, William, la tragedia los golpeó: el niño murió de forma súbita, y su alma fue arrastrada al infierno. Desesperados, los Dilaurentis buscaron respuestas, solo para descubrir la cruel verdad de su pacto. Cada uno de sus hijos estaba destinado a sufrir el mismo destino al alcanzar los nueve años, a menos que cumplieran con las exigencias del diablo: reunir doscientas almas mortales y cien millones de monedas de oro.
Elisabeth dedicó toda su energía a salvar a sus hijos, empleando su belleza embaucadora y manipulación para avanzar en su objetivo. William, sin embargo, no pudo apartarse de su necesidad de escribir. Bajo el seudónimo de "D.W.", continuó creando libros malditos, los cuales distribuía en secreto a través de mercaderes y cargamentos de sus negocios. Para él, cada libro era una extensión de su ser, una obra que podía visitar, controlar, e incluso replicar con precisión desde su mente.
William y Elisabeth, conscientes de la existencia de un culto a Asmodeo en Lucetum, vieron en él una oportunidad. Su ambición desmedida los llevó a infiltrarse con astucia, convenciendo a los miembros del culto de que sus capacidades y visión estratégica los hacían dignos de liderazgo. Pero los Dilaurentis no buscaban solo poder; buscaban usar al culto como una herramienta para sus propios fines: salvar a sus hijos y consolidar su posición en la nobleza de Exalia. En solo un par de años consiguieron convertirse en los lideres del culto y sus objetivos cada vez estaban mas cerca.
El plan de William sufrió un giro inesperado cuando uno de sus libros atrapó a un grupo de individuos excepcionales que, sin saberlo, formarían Los Buscadores. Con su ambición, había unido a las mismas personas que eventualmente se convertirían en su ruina. Aunque William desconocía su destino, Los Buscadores empezaron a desbaratar sus esquemas. Cada paso que daban parecía interponerse en su camino, dificultando el cumplimiento de sus objetivos.
Usando su fortuna y contactos, los Dilaurentis consiguieron contactar con un diablo e hicieron un pacto con él. Obtendrían habilidades excepcionales. William se convirtió en un brujo capaz de escribir "historias vivas", relatos que atrapaban a las personas dentro de dimensiones de bolsillo, donde se convertían en los protagonistas de tramas diseñadas para atormentarlos. Elisabeth, por su parte, recibió una belleza eterna e hipnótica, capaz de manipular a cualquier persona que no fuera lo suficientemente fuerte de voluntad con su mera presencia. Pero los diablos nunca entregan regalos sin retorcerlos.
William pronto descubrió que sus libros solo podían ser de terror; cualquier otro género carecía de la fuerza sobrenatural que les daba vida. Elisabeth, mientras tanto, se dedicó a consolidar la posición de la familia en la nobleza de Exalia, acumulando una vasta fortuna y eliminando a quienes se interponían en su camino. Los Dilaurentis utilizaron sus poderes de brujos sin reparo, confiados en que habían encontrado la clave de su éxito.
Sin embargo, todo poder tiene un precio, y el suyo fue demasiado alto. En el noveno cumpleaños de su hijo mayor, William, la tragedia los golpeó: el niño murió de forma súbita, y su alma fue arrastrada al infierno. Desesperados, los Dilaurentis buscaron respuestas, solo para descubrir la cruel verdad de su pacto. Cada uno de sus hijos estaba destinado a sufrir el mismo destino al alcanzar los nueve años, a menos que cumplieran con las exigencias del diablo: reunir doscientas almas mortales y cien millones de monedas de oro.
Elisabeth dedicó toda su energía a salvar a sus hijos, empleando su belleza embaucadora y manipulación para avanzar en su objetivo. William, sin embargo, no pudo apartarse de su necesidad de escribir. Bajo el seudónimo de "D.W.", continuó creando libros malditos, los cuales distribuía en secreto a través de mercaderes y cargamentos de sus negocios. Para él, cada libro era una extensión de su ser, una obra que podía visitar, controlar, e incluso replicar con precisión desde su mente.
William y Elisabeth, conscientes de la existencia de un culto a Asmodeo en Lucetum, vieron en él una oportunidad. Su ambición desmedida los llevó a infiltrarse con astucia, convenciendo a los miembros del culto de que sus capacidades y visión estratégica los hacían dignos de liderazgo. Pero los Dilaurentis no buscaban solo poder; buscaban usar al culto como una herramienta para sus propios fines: salvar a sus hijos y consolidar su posición en la nobleza de Exalia. En solo un par de años consiguieron convertirse en los lideres del culto y sus objetivos cada vez estaban mas cerca.
El plan de William sufrió un giro inesperado cuando uno de sus libros atrapó a un grupo de individuos excepcionales que, sin saberlo, formarían Los Buscadores. Con su ambición, había unido a las mismas personas que eventualmente se convertirían en su ruina. Aunque William desconocía su destino, Los Buscadores empezaron a desbaratar sus esquemas. Cada paso que daban parecía interponerse en su camino, dificultando el cumplimiento de sus objetivos.
Uno de los grandes objetivos de los Dilaurentis era encontrar el tesoro del dragón de Lucetum. Las historias hablaban de un inmenso botín oculto por un dragón derrotado por Aldrige Lamú y sus ejércitos siglos atrás. Durante generaciones, muchos lo habían buscado sin éxito, pero la suerte parecía sonreírles cuando Elisabeth descubrió que un joven escultor de gran talento llamado Ryn había hallado algo extraordinario: un huevo de bronce del tamaño de un pomelo que contenía una pista hacia el tesoro.
Desafortunadamente para William y Elisabeth, su descubrimiento no pasó desapercibido. Ryn, en una noche de celebración con su amigo Bruno, se dejó llevar por el alcohol y anunció en varias tabernas que había encontrado "el tesoro del dragón". Esa revelación atrajo la atención de dos grupos peligrosos: La Red Negra, una organización criminal, y Céfiro, una nueva banda que parecia extenderse por toda Exalia. La Red Negra contrató a un asesino para silenciar a Ryn y evitar que nadie más accediera a la información. El ataque destruyó un piso franco del culto de Asmodeo, y aunque la explosión acabó con su vida, Jak, un miembro de Céfiro que tambien se había colado en el edificio para llevarse a Ryn, logró escapar con el huevo.
El destino, sin embargo, tenía otros planes. Bruno, desesperado por la pérdida de su amigo, días antes contrató a Los Buscadores para averiguar qué había sucedido. En su investigación los llevo al edificio pocos momentos despues de la explosión, y Syleneth vio como Jak escapaba de la escena del crimen, Los Buscadores no solo vencieron a Jak y encontraron el huevo, sino que también se enfrentaron a miembros del culto de Asmodeo mientras seguian el rastro debilitando las fuerzas de los Dilaurentis. Una vez más, Los Buscadores se interponían en sus planes.
Aunque Los Buscadores finalmente localizaron la cámara del tesoro, los informadores de los Dilaurentis infiltrados en la guardia de la ciudad les informaron de que la recompensa fue decepcionante: no encontraron oro ni riquezas, solo un objeto mágico destruido. Para los Dilaurentis, aquello fue un revés insostenible. Con el noveno cumpleaños de sus hijos acercándose inexorablemente, decidieron abandonar la sutileza. Sus movimientos se volvieron más agresivos, impulsados por el desespero y la sombra de su fracaso. La cuenta regresiva había comenzado, y estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario para cumplir con su pacto infernal.
Los Dilaurentis habían tejido una red de engaños y manipulación con una precisión casi admirable. Elisabeth, siempre la estratega, creó numerosos refugios y sociedades para ayudar a los indigentes. Estos lugares no solo servían como tapadera para sus oscuros propósitos, sino también como un suministro constante de almas para el sacrificio. Nadie, razonaban, echaría de menos a los vagabundos, y sus desapariciones pasarían desapercibidas en una ciudad tan bulliciosa como Lucetum. Sin embargo, los Dilaurentis no se conformaron solo con esto. En su despiadado pragmatismo, planearon sacrificar incluso a los miembros del culto de Asmodeo, eliminando testigos y posibles traidores. Aunque los cultistas pensaban que sus actos eran por devoción a Asmodeo, en realidad eran peones en el plan de los Dilaurentis para salvar a sus hijos.
El dinero necesario para cumplir el pacto era otro desafío que afrontaron con su habitual falta de escrúpulos. William, cuya habilidad con la magia de tinta había alcanzado niveles aterradores durante los meses de practica acabo pudiendo hacer que sus oscuras creaciones salieran del libro y no se limitaran solo a existir en estas dimensiones de bolsillo, creó una criatura que parecía extraída directamente de las páginas de una de sus novelas. Esta entidad de tinta fue diseñada con un único propósito: robar el dinero del banco de Lucetum, incluyendo las propias inversiones de los Dilaurentis, con la esperanza de desviar cualquier sospecha. Todo parecía marchar según sus retorcidos planes, pero subestimaron a Los Buscadores.
Krik, que siempre desconfio de los Dilaurentis, logró infiltrarse en la mansión donde estos vivian. En sus profundidades encontró el contrato escrito en acero que vinculaba a la pareja con el diablo. Cuando Los Buscadores llevaron esta evidencia a Osrak, este no dudó en actuar. Ordeno a Dwayne y la Guardia de Ébano organizaron un asalto a la mansión. Su objetivo no era solo detener el ritual, sino también salvar a tantas víctimas como fuera posible.
Sin embargo, los Dilaurentis estaban preparados. Un grupo de diablos al servicio de la pareja emergió de la mansión, enfrentándose a la guardia y retrasando su avance. La lucha en las afueras de la propiedad fue brutal. Dwayne, en un acto de valentía, abrió un hueco entre las fuerzas enemigas, permitiendo a Los Buscadores colarse en la mansión y enfrentarse directamente a los Dilaurentis.
El combate dentro de las catacumbas de la mansión fue una batalla sin cuartel. William y Elisabeth, desesperados y acorralados, desataron todo el poder oscuro a su disposición. Los Buscadores, aunque en desventaja inicial, lucharon con determinación y astucia. El enfrentamiento dejó a ambos bandos al borde del abismo, pero finalmente, Los Buscadores lograron derrotar a los Dilaurentis, poniendo fin a sus maquinaciones.
Cuando William y Elisabeth cayeron, el contrato que los vinculaba al diablo se rompió. Contra todo pronóstico, los hijos de la pareja quedaron libres de su terrible destino. Por fin, los Dilaurentis habían encontrado el final que ellos mismos habían construido: destruidos por la misma ambición que los llevó a lo más alto.
Por desgracia para Los Buscadores, la historia de William Dilaurentis no terminó con su muerte. Durante la batalla contra la Desolación de Veitrarlond, acorralados y sin alternativas, Syleneth recurrió a la Baraja de Muchas Cosas buscando una solución desesperada. En un giro cruel del destino, la carta que extrajo fue la del No Muerto. Esta carta levantó a uno de sus enemigos caídos, transformándolo en un Redivivo con un único propósito: buscar venganza contra quien había sacado la carta. El elegido por el destino fue William Dilaurentis.
William despertó en un cementerio olvidado en Lucetum, con su alma consumida por el odio. Desde el instante en que regresó, no pudo pensar en nada más que en Syleneth y en su imperiosa necesidad de acabar con su vida. Como Redivivo, podía sentir con exactitud la dirección y la distancia que lo separaban de su objetivo, una conexión que se convirtió en su obsesión. Sin embargo, la niebla de Dorian, que envolvía el país de Nauplia, lo atrapó antes de que pudiera acercarse. Pero la suerte, o el destino, parecía estar de su lado. Syleneth y Los Buscadores entraron voluntariamente en la niebla, acercando su objetivo a él.
A pesar de su odio, William era consciente de que Los Buscadores eran más fuertes que la última vez que se enfrentaron. No podía arriesgarse a un enfrentamiento directo y decidió esperar el momento perfecto. Mientras tanto, desató su crueldad en pequeños gestos. Mató a los caballos del grupo, no para dañarles físicamente, sino para forzarlos a enfrentar mayores dificultades y así debilitar a Syleneth emocional y físicamente.
Mientras espiaba a Los Buscadores, William descubrió el vínculo de Syleneth con el pueblo de Dinea. Vio en ello una oportunidad para atraerla y finalmente ejecutar su venganza. Sin embargo, no contó con la otra Syleneth, quien una y otra vez frustró sus intentos de atacar el pueblo, organizando su defensa con eficacia. Así, el odio de William creció, alimentado por cada fracaso, mientras esperaba pacientemente la oportunidad de culminar su venganza.
En ese momento, William ideó un plan más sutil y retorcido. Usando sus poderes de tinta, creó una planta siniestra capaz de suplantar a los habitantes de Dinea. Estas criaturas, hombres-planta, estaban diseñadas para reemplazar a los verdaderos pobladores, transformándolos en marionetas leales a la voluntad de William. Su idea era simple y cruel: usar a los propios habitantes de Dinea, aquellos que Syleneth amaba y protegía, para acabar con ella.
Pero el destino tenía otros planes. Syleneth y Los Buscadores llegaron al pueblo antes de que el macabro diseño de William pudiera completarse. Con el proceso de suplantación aún en sus primeras etapas y Los Buscadores lo encontraron demasiado pronto. En el enfrentamiento final, fue Syleneth quien, enfrentándose a su enemigo con determinación, acabó nuevamente con la vida de William.
Sin embargo, para su sorpresa, William no murió. En lugar de ello, tomó otro cuerpo y, al hacerlo, se volvió plenamente consciente de su nueva condición: ya no podían matarlo. Esta revelación alimentó su furia y lo hizo más agresivo que nunca. Pero aunque su deseo de venganza era insaciable, Syleneth y Los Buscadores se desplazaban demasiado rápido para que él pudiera alcanzarlos.
El destino, sin embargo, tenía otros planes. Bruno, desesperado por la pérdida de su amigo, días antes contrató a Los Buscadores para averiguar qué había sucedido. En su investigación los llevo al edificio pocos momentos despues de la explosión, y Syleneth vio como Jak escapaba de la escena del crimen, Los Buscadores no solo vencieron a Jak y encontraron el huevo, sino que también se enfrentaron a miembros del culto de Asmodeo mientras seguian el rastro debilitando las fuerzas de los Dilaurentis. Una vez más, Los Buscadores se interponían en sus planes.
Aunque Los Buscadores finalmente localizaron la cámara del tesoro, los informadores de los Dilaurentis infiltrados en la guardia de la ciudad les informaron de que la recompensa fue decepcionante: no encontraron oro ni riquezas, solo un objeto mágico destruido. Para los Dilaurentis, aquello fue un revés insostenible. Con el noveno cumpleaños de sus hijos acercándose inexorablemente, decidieron abandonar la sutileza. Sus movimientos se volvieron más agresivos, impulsados por el desespero y la sombra de su fracaso. La cuenta regresiva había comenzado, y estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario para cumplir con su pacto infernal.
Los Dilaurentis habían tejido una red de engaños y manipulación con una precisión casi admirable. Elisabeth, siempre la estratega, creó numerosos refugios y sociedades para ayudar a los indigentes. Estos lugares no solo servían como tapadera para sus oscuros propósitos, sino también como un suministro constante de almas para el sacrificio. Nadie, razonaban, echaría de menos a los vagabundos, y sus desapariciones pasarían desapercibidas en una ciudad tan bulliciosa como Lucetum. Sin embargo, los Dilaurentis no se conformaron solo con esto. En su despiadado pragmatismo, planearon sacrificar incluso a los miembros del culto de Asmodeo, eliminando testigos y posibles traidores. Aunque los cultistas pensaban que sus actos eran por devoción a Asmodeo, en realidad eran peones en el plan de los Dilaurentis para salvar a sus hijos.
El dinero necesario para cumplir el pacto era otro desafío que afrontaron con su habitual falta de escrúpulos. William, cuya habilidad con la magia de tinta había alcanzado niveles aterradores durante los meses de practica acabo pudiendo hacer que sus oscuras creaciones salieran del libro y no se limitaran solo a existir en estas dimensiones de bolsillo, creó una criatura que parecía extraída directamente de las páginas de una de sus novelas. Esta entidad de tinta fue diseñada con un único propósito: robar el dinero del banco de Lucetum, incluyendo las propias inversiones de los Dilaurentis, con la esperanza de desviar cualquier sospecha. Todo parecía marchar según sus retorcidos planes, pero subestimaron a Los Buscadores.
Krik, que siempre desconfio de los Dilaurentis, logró infiltrarse en la mansión donde estos vivian. En sus profundidades encontró el contrato escrito en acero que vinculaba a la pareja con el diablo. Cuando Los Buscadores llevaron esta evidencia a Osrak, este no dudó en actuar. Ordeno a Dwayne y la Guardia de Ébano organizaron un asalto a la mansión. Su objetivo no era solo detener el ritual, sino también salvar a tantas víctimas como fuera posible.
Sin embargo, los Dilaurentis estaban preparados. Un grupo de diablos al servicio de la pareja emergió de la mansión, enfrentándose a la guardia y retrasando su avance. La lucha en las afueras de la propiedad fue brutal. Dwayne, en un acto de valentía, abrió un hueco entre las fuerzas enemigas, permitiendo a Los Buscadores colarse en la mansión y enfrentarse directamente a los Dilaurentis.
El combate dentro de las catacumbas de la mansión fue una batalla sin cuartel. William y Elisabeth, desesperados y acorralados, desataron todo el poder oscuro a su disposición. Los Buscadores, aunque en desventaja inicial, lucharon con determinación y astucia. El enfrentamiento dejó a ambos bandos al borde del abismo, pero finalmente, Los Buscadores lograron derrotar a los Dilaurentis, poniendo fin a sus maquinaciones.
Cuando William y Elisabeth cayeron, el contrato que los vinculaba al diablo se rompió. Contra todo pronóstico, los hijos de la pareja quedaron libres de su terrible destino. Por fin, los Dilaurentis habían encontrado el final que ellos mismos habían construido: destruidos por la misma ambición que los llevó a lo más alto.
Por desgracia para Los Buscadores, la historia de William Dilaurentis no terminó con su muerte. Durante la batalla contra la Desolación de Veitrarlond, acorralados y sin alternativas, Syleneth recurrió a la Baraja de Muchas Cosas buscando una solución desesperada. En un giro cruel del destino, la carta que extrajo fue la del No Muerto. Esta carta levantó a uno de sus enemigos caídos, transformándolo en un Redivivo con un único propósito: buscar venganza contra quien había sacado la carta. El elegido por el destino fue William Dilaurentis.
William despertó en un cementerio olvidado en Lucetum, con su alma consumida por el odio. Desde el instante en que regresó, no pudo pensar en nada más que en Syleneth y en su imperiosa necesidad de acabar con su vida. Como Redivivo, podía sentir con exactitud la dirección y la distancia que lo separaban de su objetivo, una conexión que se convirtió en su obsesión. Sin embargo, la niebla de Dorian, que envolvía el país de Nauplia, lo atrapó antes de que pudiera acercarse. Pero la suerte, o el destino, parecía estar de su lado. Syleneth y Los Buscadores entraron voluntariamente en la niebla, acercando su objetivo a él.
A pesar de su odio, William era consciente de que Los Buscadores eran más fuertes que la última vez que se enfrentaron. No podía arriesgarse a un enfrentamiento directo y decidió esperar el momento perfecto. Mientras tanto, desató su crueldad en pequeños gestos. Mató a los caballos del grupo, no para dañarles físicamente, sino para forzarlos a enfrentar mayores dificultades y así debilitar a Syleneth emocional y físicamente.
Mientras espiaba a Los Buscadores, William descubrió el vínculo de Syleneth con el pueblo de Dinea. Vio en ello una oportunidad para atraerla y finalmente ejecutar su venganza. Sin embargo, no contó con la otra Syleneth, quien una y otra vez frustró sus intentos de atacar el pueblo, organizando su defensa con eficacia. Así, el odio de William creció, alimentado por cada fracaso, mientras esperaba pacientemente la oportunidad de culminar su venganza.
En ese momento, William ideó un plan más sutil y retorcido. Usando sus poderes de tinta, creó una planta siniestra capaz de suplantar a los habitantes de Dinea. Estas criaturas, hombres-planta, estaban diseñadas para reemplazar a los verdaderos pobladores, transformándolos en marionetas leales a la voluntad de William. Su idea era simple y cruel: usar a los propios habitantes de Dinea, aquellos que Syleneth amaba y protegía, para acabar con ella.
Pero el destino tenía otros planes. Syleneth y Los Buscadores llegaron al pueblo antes de que el macabro diseño de William pudiera completarse. Con el proceso de suplantación aún en sus primeras etapas y Los Buscadores lo encontraron demasiado pronto. En el enfrentamiento final, fue Syleneth quien, enfrentándose a su enemigo con determinación, acabó nuevamente con la vida de William.
Cuando finalmente logró alcanzarlos, lo primero que hizo fue matar nuevamente sus caballos, dejándolos varados en medio de la nada, incapaces de escapar con rapidez. Aunque Los Buscadores lograron vencerle una vez más, William no dejó que la derrota lo detuviera. Ahora, consciente de que no podían librarse de él de manera definitiva, adoptó una estrategia implacable: los atacaría una y otra vez, sin descanso, centrando toda su furia en Syleneth.
Social
Lazos familiares
La familia Dilaurentis está formada por William y los siguientes miembros:
- Elisabeth Dilaurentis (esposa de William)
- William Dilaurentis Jr. (hijo mayor)
- Edmund Dilaurentis (segundo hijo)
- Evelyn Dilaurentis (hija menor)
Ubicación actual
Especie
Place of Death
Lucetum, en las catacumbas de su mansión donde iba a realizar su ritual.
Children
Gender
Masculino
Ojos
Marrones
Pelo
Negro
Estatura
1,88