Cimara describe su encuentro con el Avatar en los siguiente:
Habíamos llegado a una especie de sala de trono de la ruina, término que mejor lo describe, que debió haber sido de unos trescientos metros de largo y cien de ancho. Habían grandes columnas de veinte metros de ancho cada cincuenta, y todo estaba hecho del mismo material marrón claro con vetas de adamantita. Por ya varios metros de pasillos zigzagueantes habíamos encontrado una especie de franja central, quizás una especie de indicador, que termina aquí. En el camino, comencé a sentir la misma inquietud que tuve al deambular por los pasillos del palacio de Arambor, décadas atrás, pero toda la ruina parecía extrañamente vacía y desolada. No habían autómatas ni servitors ni forjados.
Recuerdo haber estado tomando notas e inspeccionando el patrón de vetas de una de las columnas con Ququic, por si había evidencia de fabricación Arcana, cuando sentí una voz dulce y femenina del otro lado de la sala. Daba la sensación de estar ocultando otra voz, u estar extrañamente modulada, de manera casi imperceptible; una especie de dualidad imposible de describir. Cuando voltee, Daghman había sido atravesado por una espina larga y afilada de inubrix bronceado. Sobre el, una colosal criatura de gracia sobrenatural. Parecía una especie de capa flotante, partida y con terminaciones como alas de mariposa; en su centro una figura femenina, vestida en una túnica de tonos celeste y gris, con una máscara o careta dorada. Estiraba las manos a los costados, aparentemente controlando dos gigantescas esferas de inubrix, cada una más grande que un Troll.
En mis años viajando por Aldemar, Grethor y el Infraoscuro Drow había visto algo así. Sin movimientos o palabras, retrajo la espina de inubrix a la esfera, de la cual aparecieron cientas, más pequeñas. Los otros enanos tardaron demasiado en reaccionar, y mató a siete de ellos a mitad de habitación, recién moviéndose del final. Algo instintivo me gritó para que corriera, la misma voz que me impulsó a cazar a los drow que raptaron Aurnia. Lanzando un Globo de Invulnerabilidad Superior, tomé a Ququic y corrí hacia la puerta. No debía estar a más de dos metros cuando sentí sangre cálida mancharme la cara y perdí sensibilidad en la pierna. Al tropezarme, mi lanza rodó fuera de mi alcance y me arrastré hacia ella. Mirando hacia atrás, Ququic había sido impalado por la cabeza, igual que los otros, y la espina había pasado de largo hacia mi. Esta entidad mortífera recién había llegado a la mitad de la habitación, y había podido lastimarme a casi 150 metros. Por un momento sentí una retorcida gracia: la espina de Inubrix había atravesado mi conjuro, por lo que, al menos, no era un ataque arcano.
Segundos luego, tenía mi lanza en mano y estaba en el piso, apuntando hacia la criatura y conjurando Acelerón y Armadura de Mago lo más rápido posible.
"Niña, tus pequeños trucos no pueden salvarte. ¿Por qué temes de mi glorioso propósito?" Su voz seguía siendo melodiosa, suave y casi tierna, pero tenía un oscuro y grave echo que cualquier otro hubiese pasado por alto. Sonaba familiar, pero la memoria no vino en el momento.
"Supongo que es mi naturaleza, pelear hasta el final. Cosa de Celadrins, mi padre era un Firre, así que no trato de ocultarlo."
"Firre... desciendes de los Tel-Quessir, pero tu sangre es... impura, diluida, sin embargo forma una criatura más fuerte que sus pares: tú."
"Pocos saben eso, ¿así que estaría en lo correcto si digo que tienes más de 7,000 años?"
"Niña, el tiempo es un concepto irrelevante para un Avatar, creado por especies debajo de los Eberron."
"Aaah, así que eres un Constructo... entonces, ¿supongo que no te sentirás mal por esto?"
"Hablas de aquello que no-"
El Avatar parecía desplomarse sobre el piso, junto con buena parte de mi energía. Es bueno que recordé que el Inburix se desfasa de nuestra realidad, similar a los materiales etéreos, aunque probablemente sea la primera maga en aumentar un Ancla Dimensional sobre semejante ser. Mientras me concentraba en teleportarme lo más lejos posible, que en mi condición no era mucho, hubiese jurado escucharle chillar en furia cómo una simple maga había logrado humillarla.
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