Rage of the Black Dog V2 (Spanish Version) Part 1/2 Plot in Dark Times | World Anvil
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Rage of the Black Dog V2 (Spanish Version) Part 1/2

Ella se bañó desnuda, aislándose del mundo y sintiendo como el frio invierno se arrastraba por el suelo de piedra y el techo de paja como un depredador inconsciente hasta tocar su pálida piel, acariciándola como un erizo acaricia a otro. Apenas sintió el frio adueñarse de ella como poseyéndola de sentimientos que ya eran demasiado familiares para ella. No notó ningún cambio en ella misma, seguía siendo la misma de siempre por más que no quisiera aceptarlo.

Se sentía una con el frio que la permeaba, mas no penetraba, pues dentro de su cuerpo un infierno congelado descansaba y esperaba el momento de ser liberado. Promesas rotas, rechazo y decepción. Limpiaba su cuerpo de las vergüenzas y terrores del pasado estirando sus manos y brazos llenos de viejas heridas de guerra y violencia, luego acariciaba su rostro deformado por cicatrices curadas. Tenía tierra en el rostro de tanto trabajar la tierra en la casa de su padre, así que la mujer se deshizo de toda la mugre que la cubría para estar presentable, pues tenía una cita hoy y no la podía dejar pasar.

El destino soplaba con un dios del viento sobre los reinos mortales desde el misterioso e impregnable este. Aunque claro a ella no le importaba desde donde el viento soplase pues para ella ninguna otra cosa más que lo que ahora haría importaba en verdad.

Se secó su herido cuerpo con una manta, quitando todas las gotas de agua que abrazaban su cuerpo y le rogaban que se quedara en la casa, pues el agua en su inocencia argumentaba que sería demasiado tarde para ella si se iba.

Luego fue a vestirse.

Se colocó su ropa interior la mujer, paños blancos tapando su intimidad, mientras que el demonio con el corazón en llamas y la piel congelada ganaba humanidad a medida que dejaba de caminar desnuda por su casa. Una túnica larga y blanca que le llegaba hasta las rodillas, junto a unos pantalones grises e insípidos y un cinturón que apretaba su ropa y la mantenía en su lugar. Botas de cuero negro con revestimiento de acero y unos guantes gruesos de herrería. Se recogió el cabelló y continuó la última preparación para su cita.

Una barra de acero crudo la esperaba encendida por su mejor amiga. Ella, una mujer de tez marrón vestida con una túnica verde con patrones floreados, pantalones de cuero marrones como los de las tribus bretonas del lejano norte, y encima de su túnica un parka marrón oscuro. Sus rasgos faciales describían a alguien del desierto del este, una mujer nacida en la inmensidad de las dunas y las ciudades que se erigen en ellas, pero su pose y manera de caminar y manipular las llamas de la chimenea del lugar sugerían una conexión más profunda con el fuego, como un elemento indispensable al momento en que la persona se definía a sí misma para con los demás.

En efecto, esta mujer no sabía mantener una fogata alimentada, mucho menos una chimenea de herrería. Por lo tanto cuando el fuego comenzó a fallarle ella movió las manos en frente de la chimenea, cortándose una pequeña herida en la punta de su dedo índice y dejando pequeñas gotas de sangre caer para alimentar el fuego con la magia que corría en las venas de la mujer. Y como un vampiro en llamas recibiendo alimento luego de haber entrado en ignición se levantó como lázaro con llamas robustas y poderosas que podrían derretir cobre.

Ambas se miraron desde extremos diferentes de la habitación, una cerca de la frialdad de la bañera, y la otra cerca de las llamas.

-Zhureth.- La mujer de verde se dirigió a lo que parecía ser su amiga, ahora vestida con la vieja ropa de su padre. Le quedaba grande y estaba vieja, olía a polvo y abandono. Pero también a nostalgia, como ponerse una máscara.

-Hermes.- La contraria se dirigió a su amiga también, encontrando su mirada con la otra, acariciándose a la distancia sin decir más palabras que el nombre de la otra, apenas pudiendo dejar algo salir como si fuera de mala educación dar a entender con palabras lo que estaba dicho de años ya.

-¿Vamos a ir?- Le respondió Hermes, hablaba lento y arrastraba las palabras. Sabía la respuesta, pero sentía cortes el preguntar, como para hacerle saber a la contraria que aún le importaba.

-Voy. Y punto. Tu te quedas aquí, mientras menos gente mejor, aunque se que te gustaría venir.- Respiró hondo y exhalo todo el aire de sus pulmones, abriendo la boca y gesticulando con todo su rostro para despabilarse de la somnolencia en que el agua fría le había sumergido, como un lagarto no acostumbrado a temperaturas bajas. –Gracias por mantener el horno por mi.-

-De nada. – Le dijo mientras dejaba a la chimenea ser. Para ella era una chimenea, no un horno, y lo miró raro cuando Zhureth se dirigió a eso como tal. –Iré a bañarme.- Si tapujos comenzó a caminar la habitación, rozando a Zhureth en el proceso. Se quedaron ambas mirando y se unieron en un abrazo que derritió el hielo de la piel del demonio y calmó el fuego dentro de su cuerpo. Hermes sabía como se sentía, Hermes lo sabía todo luego de tantos años, y solo ella la podía calmar ahora. Ambas se alegraron de tenerse la una a la otra y se fueron cada una por su parte, una al infierno y otra al polo norte.

Una vez que su hermana, no amiga, se retiró ella quedó sola para hacer de las suyas.

Vivía ahora en la vieja cabaña de su padre, un herrero ermitaño que vivió y murió siendo eso mismo. Así que toda la casa estaba llena de objetos tales, y la arquitectura de la misma sugería como es que la vida personal y la profesión se habían juntado en una sola, con la sala d estar y la cocina siendo utilizadas también como la sala donde se trabaja el metal. Pues era solo necesario cambiar algunas cosas del horno de herrería y podría ser un horno normal. Era una casa pequeña, en realidad, con apenas aquella sala con el horno, la mesa, y estantes llenos de herramientas de todo tipo. Luego una letrina y otra habitación cerca del horno donde Godo, el padre de Zhureth, dormía antes. Tenía un cobertizo también, y un pequeño establo donde el caballo de la familia ahora descansaba, y en el cobertizo almacenaban más herramientas y pertenencias de la familia. La habitación donde se duchaban estaba a pocos pasos del horno para poder tener un baño caliente cuando se lo necesitara, era cuestión de dejar en el horno una piedra hasta el rojo vivo y llevarla cuidadosamente hasta la habitación, pero para Hermes y su magia del fuego algo así no era necesario, ella sola podía levantar la temperatura como quería.

Ahora se encontraba sola, sosteniendo el martillo con fuerza en su mano enguantada con el guante de cuero de un herrero profesional, sintiendo casi una conexión con su padre fallecido al mismo tiempo que lo hacía. Templaba una espada en el fuego, dándole temperatura hasta el rojo vivo y luego golpeándola para moldearla y darle la forma correcta. Era la última pieza del conjunto que tenía, con una armadura completa incluida. Ahora estaba dándole los toques finales con las llamas que su hermana del fuego había creado, dándole una frescura a la llama que solo gente tocada por aquel mundo invisible desconocido para los mortales podían crear.

Golpeaba la gruesa vara de metal con el martillo para darle la forma deseada, creando algo nacido completamente de su imaginación mientras los recuerdos de todo lo que había ocurrido volvían a su cabeza, con el sonido de metal golpeando a metal sonaba por toda la habitación y la llenaba de ese ciertamente desagradable sonido que erizaba los pelos. Era inevitable hacerlo así que se tuvo que acostumbrar, mientras continuaba golpeando y golpeando hasta que aquella mísera vara tuviera la forma que ella deseaba, sometiéndola a poderosos golpes y dolores solo para que pudiera ser lo que ella quería y necesitaba para su cita con el destino.

La golpeó, la golpeó porque a pesar de todo la amaba, la amaba de verdad. Y templándola a golpes era la única manera de prepararla para su misión funesta de venganza, quemándola en el fuego infernal del horno para luego sacarla y hundirla en las heladas aguas casi congeladas que tenía preparada al finalizar de golpearla. Luego, como su padre le había enseñado, salió hacia afuera para buscar una tormenta.

Zhureth, junto a Hermes, eran humanas, sí. Pero no por eso se atenían a reglas conocidas y usuales, sino que sus cuerpos eran diferentes, mas diferentes entre sí solo por nacer en el lugar donde lo hicieron que en cualquier otro lugar. Pues allí en aquel mundo distante y nuevo que se abría ahora la humanidad tenia ciertos poderes naturales de cada raíz genética que a lo largo de los milenios fueron evolucionando.

Y ahora, mientras Zhureth salía afuera con la espada a medio terminar buscando una tormenta, su poder se manifestaba. En su cuerpo una tormenta descansaba, una tormenta se movía, y le hacía compañía al demonio que dormida dentro de ella y a su piel congelada en una vorágine casi esquizofrénica que volvía loca a quien en verdad era a través de tantas figuras retoricas que vagabundeaban por su mente y le hacían creer que sombras eran enemigos mortales.

Una pequeña lluvia se asomaba por el horizonte, desenrollando un ejército de nubes negras a la distancia que estaba preparadas para llorar sus penas sobre la tierra, acariciando la costa antes de partir. Zhureth clavó la espada en el suelo, mientras las tormentas se formaban a su alrededor y dejaban caer gotas de agua tranquilas sobre el mundo. Luego las gotas comenzaron a ser salvajes, y el bosque negro bailaba de manera desenfrenada debido a los vientos y lluvias que la tormenta traía.

A la distancia un relámpago atravesaba el cielo y se extendía como un brazo buscando algo, de sus dedos extendiéndose más centellas y un ruido terrible que tardo diez segundos en llegar hasta donde estaba Zhureth. Luego otro, y otro más, con la mujer preparada para cualquier cosa mientras una tormenta cruzaba el cielo como si fuera una mujer cabalgando un relámpago. La lluvia se hacía más y más poderosa, con Zhureth sintiendo el aroma de tierra mojada una vez que el viento le daba directamente en la cara. Luego de que más relámpagos impactaran en el cielo ella acercó las manos a su espada clavada en la tierra y se preparó. Los relámpagos estaban cada vez más y más cerca como si de una cuenta regresiva se tratasen, viniendo con la lluvia como si de una horda terrible se tratasen. Y finalmente ocurrió, un relámpago se estrelló con su espada, haciendo contacto con la tierra luego. Zhureth era una mujer nacida en las tormentas, una Glaucha, parte de un legado de la humanidad que podía controlar la electricidad del ambiente, teniendo reflejos mejores que el resto. Y así, reaccionando más rápido que cualquiera, combinando proeza natural y entrenamiento exhaustivo alzó las palmas para atrapar la electricidad del relámpago en sus manos y tomar la espada, alzándola al cielo y haciendo que otro relámpago caía sobre ella. Gritando como si tuviera la tormenta en su garganta y destrozando sus cuerdas vocales con los gritos de una furia ni se imputó por el impacto, mientras la electricidad recorría su cuerpo naturalmente receptor a esta.

La electricidad nuevamente viajaba hasta su espada y bailaba por ella, obedeciendo la voluntad de Zhureth e inscribiendo runas pequeñas y casi invisibles en ella, canales pequeños e insignificantes que solo gente con la visión de un halcón podría detectar, pequeñas grietas, miles de ellas que juntas formaban un mensaje rúnico que confería a la espada de propiedades más grandes de las que tenía. Ahora solo necesitaba un nombre.

-Némesis- Y así traía a la tierra un espíritu de venganza con el cual atravesaría medio continente en busca de venganza. Volvió a la casa y se preparó para ir en busca de su cita.

Su padre y un viejo amigo de su padre la ayudaron a la pequeña aprendiz a construir la armadura que ahora se colocaba para salir a hacer la guerra como nunca en su vida. Dos expertos herreros y una mujer dispuesta a sostener su sufrimiento y dolor como arma y armadura para ir a buscar a todos los que hirieron a sus hermanos. Su entrenamiento, perfecto. Su gatillo y un dedo. La oscuridad que ella conoce, mientras ella gritaba que venga hacia adelante. “Lo he visto, y lo digo en serio” ella pensaba, “Tu poder ha terminado”.

Una armadura completa de placas protegía su pecho y torso impregnable como una torre, era una armadura elegantemente creada a mano, con manos expertas y pacientes, el último regalo de padre a hija impregnándolo de todo el amor que tuviera en su interior antes de haber dado el ultimo golpeteo del martillo. Sus botas y grebas estaban hechas del mismo material pero pintadas de negro, mientras que sus guanteletes estaban hechos de latón pintado de negro. Finalmente una capa bordó ondeaba pegada con remaches y pega a la armadura, en un pequeño momento de vanidad que Zhureth quiso darse.

Se despidió de su hermana, quien la había ayudado a colocarse la armadura, luego le preparó el caballo y se lo trajo.

-Sin piedad, asegúrate de que sufra.- Le dijo Hermes, casi como en un estado de sopor, no pudiendo creer que el mundo ahora se encontrase en el estado en el que estaba. Eso era lo que la asustaba y confundía. Respiró profunda y se echó a llorar cuando Zhureth cabalgó hacia la distancia, quedándose sola una vez más mientras una persona que podía ser buena se comenzaba a transformar en una persona horrenda como las que en ese momento odiaba.

Lloró por no saber qué otra cosa hacer, por sentirse pequeña, un insecto en ese mundo tan caótico y enorme que no sabía que antes existía y ahora la había golpeado y enviado a hasta estar en órbita. Se mareó y por eso entró a la casa, quedándose dormida poco después, mientras Zhureth cabalgaba rápidamente para encontrarse con su destino.


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