Rage of the Black Dog V2 (Spanish Version) Part 2/2 Plot in Dark Times | World Anvil
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Rage of the Black Dog V2 (Spanish Version) Part 2/2

El perro negro se alejó de la hija del fuego, alejándose del mundo conocido para entrar a lo desconocido, dirigiéndose hasta el pueblo donde nació y creció para darle caza a un monstro mucho peor que ella.

La ciudad de Ypres era una ciudad en lo que había sido una antigua provincia del Imperio Edekhan del Oeste hace más de quinientos años, regido por una familia de nobles llamada Xiombarg. Ellos habían desaparecido junto al imperio hace demasiado tiempo, y ahora nadie realmente los recordaba más que por los nombres que le pusieron a las cosas que ahora ya no eran de ellos. La ciudad era una de muchas en lo que había sido una provincia, sin destacar por nada. Pero para Zhureth lo había sido todo, desde sus astilleros donde navegantes y comerciantes de otras partes del mundo venían a intercambiar sus bienes, comerciando y enriqueciendo a la ciudad hasta necesitar una fuerte presencia para evitar saqueos de los diferentes pueblos del mar y bandas de saqueadores y cuatreros. Ahí fue donde Zhureth aprendió a manejar la espada tan bien como lo hacía ahora, y ahí mismo es donde marchaba.

A la distancia ella podía observar lo que se avecinaba con la tormenta: Estos no eran saqueadores normales, eran una de muchas bandas de guerra de los barbaros del norte, hombres lagarto que aprovechaban que ningún imperio cuidaba estas tierras para saquear y robar todo lo que quisieran. Pero estos eran diferentes, eran más numerosos, y venían con mujeres y niños. En efecto, eran una fuerza de invasión, no de saqueo. Y toda la ciudad entró en pánico y se puso alerta rápidamente.

Zhureth se quedó observando a la distancia todo lo que acontecería antes de interrumpir, teniendo una vista privilegiada a todo lo que estaba a punto de ocurrir.

Múltiples razones que Zhureth apenas comprendía llevaban a estas personas a buscar refugio en otras regiones completamente ajenas a las suyas, viniendo de desiertos y selvas tropicales hasta ciudades montañosas cercas de costas en pleno invierno. Tal vez alguna hambruna o guerra de gran escala, tal vez eran refugiados. Pero eso no importaba, daba igual y siempre dio igual. Ahora eran solamente gente enojada con armas enfrentándose a más gente enojada con armas, y un pedazo de tierra que llamar hogar. Era lo único que necesitaban para enfrentarse, pues ninguno de los dos estaba dispuesto a aprender el idioma del otro y mandar algún diplomático. No, simplemente se vieron y decidieron que como las miles de veces anteriores no había resultado esta tampoco lo haría y simplemente decidieron desplegar sus ejércitos sin mayor fanfarria.

La ciudad estaba cubierta por una enorme empalizada de madera con grandes torres de robusto roble y algo de piedra en ellas para reforzar puntos clave. Y la ciudad protegida por la empalizada comenzaba a ser evacuada pues este asedio seria largo y tortuoso. Mientras, algunos guerreros de la ciudad se dedicaron a quemar a los alrededores del pueblo para no dejarles nada a los barbaros, evacuando a la gente de esas casas y ocultándolas en el corazón de la ciudad.

El capitán de la guardia, un medio Edekhan medio humano llamado Tervische se ocupaba de coordinar los esfuerzos de todos y preparar las defensas, mientras que el capitán de arqueros, un glaucho llamado Ervin de Ypres reunía a toda la gente que pudiera para llenar las torres.

En aquel momento el pueblo no estaba lo suficientemente preparado para algo así, solo contaba con una fuerza para asustar a todas las incursiones, no defenderse de una directo. Ervin convirtió en conscriptos a todos los cazadores y demás personas que supieran utilizar el arco, además de los que contaran con jabalinas y hondas, el los sumo a su fuerza de arqueros y con ellos llenó la empalizada de madera de cuatro metros de alto y las torres vigía. La empalizada contaba con una plataforma a la que uno se podía subir con la escalera y arrojar proyectiles desde el otro lado con la mitad del cuerpo cubierto, así que tenían esa ventaja. Junto a sus soldados ya entrenados y todos los conscriptos que pudo encontrar tenía alrededor de 60 guerreros de proyectiles. No sería suficiente, pero algo era.

Tervische estaba en menor desventaja, pues sus guerreros eran más variados. Sin contar que también agarró y convirtió en un conscripto a cualquiera que pudiera sostener un arma, contaba con 200 guerreros profesionales en los que algunos se incluían minotauros de una pequeña unidad de mercenarios llamados “Los Cuernos de Hidromiel”, y algunos piratas y bandidos que preferían vivir como soldados de fortuna a seguir delinquiendo, total les pagana por hacer lo que ya hacían antes. Los guerreros del mar eran barbudos y fornidos, rubios y a veces pelirrojos, mientras que los guerreros nativos de la ciudad, glauchos de nacimiento, eran más esbelto y agiles, con barbas tupidas pero no muy largas y cabellos cortos a diferencia de los hombres del mar, o más conocidos como Hrismarianos. Estaban enfundados con ligeras armaduras, armaduras lamelares de cuero o algunos pertrechos de cadenas de hierro, a veces de bronce como si fueran hoplitas de la lejana Petru Tembar. Un aproximado de 400 guerreros profesionales y no profesionales se prepararon erigiendo barricadas improvisadas a lo largo de toda la ciudad, colocando trampas de querosene en lugares clave y alquitrán hirviendo en ollas especiales. Luego los que se encargasen de sostener las ollas se colocaron en la muralla como sus demás compañeros. Enviaron un destacamento de 50 guerreros más para proteger las murallas y esperaron lo peor.

Irvin y Tervische se reunieron en la alcaldía del pueblo, junto con el alcalde de la pequeña ciudad y decidieron que hacer.

-No vamos a aguantar mucho tiempo aquí, mi señor. Creo que debería evacuar el pueblo por mar.- Le dijo Tervische enfundado en su armadura negra completa, mientras sostenía una mano en la mesa de reuniones y sopesaba con gravedad el asunto.

-Tengo un destacamento de caballería, puedo usarlo para ayudar en la batalla.- Dijo el hombre pesado y cansado que era el alcalde, un anciano que antes había sido un guerrero reconocido y hace más de treinta años estaba aburrido en un trabajo administrativo. Era un gordo bonachón y buena persona en lo que respectaba a todo menos la guerra, donde era una furia asesina. A Zhureth le caía bien. Irvin y Tervische se miraron mutuamente, ellos sabían que lo decía completamente en serio, no había cobardía burguesa en sus palabras.

-Creemos que es mejor que los guie a la ciudad vecina de Kohor y pida ayuda ahí, si quiere puede vengarnos luego de eso. Pero esto es lo que recomendamos.- Dijo Irvin decidido y sabiendo que es lo que pasaría si no hacían nada, si no luchaban en las murallas para repeler la ola que venía a hundirlos a todos. El viejo bonachón desistió y juntó a sus hombres y sus cosas, para retirarse y ayudar en la evacuación. Tenían que llevarse todo lo que pudieran en el menor tiempo posible. Esto no se quedaría así de ninguna manera.

Mientras, a kilómetros de la ciudad la horda se movía en la tormenta sosteniendo antorchas. En la noche ellos parecían ser Lobos Gigantes con sus antorchas siendo los ojos rojos de la bestia oculta en la oscuridad, los hombres lagarto de las selvas y desiertos de Seleuco, con mandíbulas y hocicos demasiado no humanos como para pasar desapercibidos. Algunos con escamas y pieles rojas y otros verdes, desde oscuro hasta claro. A diferencia de otras culturas, ellos si admitían mujeres guerreras, por lo que no todas las madres se quedaron cuidando a los hijos. De todas maneras alguien tenía que hacerlo.

Contaban con colas largas que los ayudaban a balancearse y correr más rápido que un humano normal, mientras que los hombres tenían más fuerza que un humano y caja torácica grandes como para gritar muy fuerte y ser oídos a kilómetros.

Ellos se acercaron en manada a la ciudad, siendo liderados por el Líder de Guerra Ashabak el Poderoso, un líder tribal muy reconocido por su bravura y honor en la guerra, dispuesto a hacer algo tan loco como quitarles una ciudad en vez de extorsionarlos por un pago como siempre hacían. Normalmente sus gentes no utilizaban caballos, pues contaba con sus propias criaturas para montar como lo eran velocirraptores y tigres de bengala. Pero debido al clima tan frio no pudieron traerlos, así que se habían tenido que conformar remplazando tigres y lagartos con caballos. Así que estos barbaros a caballo fungía como exploradores de los lagartos, espiando a la distancia la fortaleza y contándole de todo lo que pudieran ver con sus ojos más aguzados que los del humano promedio.

Volvieron y dieron el reporte de la situación a Ashabak el Poderoso, mientras este contaba sus tropas y decidía como las utilizaría. Contaba con un ejército desorganizado de experimentados guerreros, en su gran mayoría mejores combatientes individuales que soldados, así que en vez de concentrar su ataque en una sola parte de la muralla decidió enviar a construir muchas escaleras de asalto para llenar la muralla de sus guerreros y estirar a los defensores. Ellos contaban con casi mil guerreros, pero nunca se debía subestimar al defensor. La gran mayoría de sus guerreros contaba con armas autóctonas, desde lanzas Sieg confeccionadas con las espinas de peces gigantes y usándolas como si fueran lanzas, dagas Vorkun que son tan largas que más bien parecen espadas cortas y escudos confeccionados con las escamas de lagartos gigantes casi tan duras como el metal. Los demás usaban armas y armaduras robadas a los guerreros derrotados, así que había muchas mazas y espadas y lanzas normales. Pero claro, eran lagartos de sangre fría en un lugar invernal, por lo tanto todos preferían estar más abrigados que protegidos por una armadura. Todos o casi todos tenían algún abrigo de alguna forma, como parkas esquimales o abrigos de piel de cabra de montaña, incluso algunos hechos con las pieles de tigres.

Crearon fogatas alrededor de la ciudad para dar la apariencia de ser mas de los que eran ya, haciendo que se concentren en varias partes de la ciudad y mirasen con miedo al horizonte en vez de ver directamente a la fuerza que sostenía un ariete para romper la puerta de la ciudad.

Los defensores de la ciudad de Ypres estaban nerviosos, y la estrategia de miedo de los lagartos había funcionado, pues ahora pensaban que tenían más de mil enemigos contra ellos, como si todo un continente fuera a devorarse entera la pequeña ciudad, dándole más ganas al alcalde de evacuarlos a todos por mar.

Finalmente ambos ejércitos se encontraron cara a cara. Los lagartos cantaban canciones tribales, con tambores y sitares sonando en una vorágine de emoción y vigor que les ayudaba a acometer acciones tanto heroicas como aterradoras, mientras que los pobres humanos defensores rezaban a todos los dioses en los que creyeran para soportar esta ola que se avecinaba a envestirlos. Rezaban a los diferentes dioses de todos los grupos étnicos que hubiera en la ciudad, con los minotauros rezándoles a Stoicis el dios de la lucha y el esfuerzo, con los Hrismarianos enviándole plegarias a Jehová, y los glauchos clamando por el nombre de Lady Hawkwind su diosa de la guerra y las tormentas. Y como si aquella mujer tormentosa descrita en leyendas antiguas fuera real la lluvia que bañaba la tierra se convirtió en una tormenta, con relámpagos por toda la tierra y fuertes y poderosos vendavales haciendo más difícil el gritar órdenes.

Esta sería una hermosa noche para morir.

Los defensores de Ypres se atrincheraron y la horda de barbaros avanzó sobre ellos. Como el mar golpeando una escollera, ambas fuerzas se encontraron una resistiendo y la otra empujando. Los arqueros y cazadores de la torre lanzaron sus dardos sobre los invasores, perforando sus pertrechos y ahuyentándolos de ir solos hasta la empalizada con el objetivo de incendiarla. Los que sostenían la escalera eran protegidos por compañeros suyos con escudo, pero eso solo hacía llamar más la atención y provocaba que fueran más víctima de disparos contra ellos, cayendo muertos en un país extranjero lleno de gente que los odiaba y que no los recordarían.

Irvin señaló las escaleras y ordenó que concentraran el fuego sobre ellas. Estaban apretados con la cantidad de arqueros que tenían, y no podían dispararle a todos al mismo tiempo. Apenas tenían gente suficiente como para encargarse de toda la muralla, y comenzaron a venir de todos lados, como una serpiente de madera siendo golpeada por diferentes lados a medida que reptaba por el suelo, eventualmente se rasgaría toda si se apretaba con la suficiente fuerza.

Los arqueros descargaban las flechas a toda velocidad en medio de la tormenta contra los lagartos, dándoles en los pies o en los brazos a la gran mayoría, donde tuvieran menos escamas. El ariete se acercaba a la puerta, habiendo sido avistado desde lejos y causando pánico entre los capitanes, quienes movían arqueros y tropas encima y detrás de la empalizada para detener el avance del ariete y concentrar ahora las fuerzas en el en vez de las escaleras.

Las primeras escaleras se apostaron sobre la empalizada, algunos defensores comenzaron a arrojar alquitrán hirviendo sobre las escaleras y los lagartos, incendiando las mismas y dejándolas inútiles, pero esto solo causó que las demás escaleras se llenaran de aun mas barbaros dispuestos a empujar. La serpiente estaba comenzando a ser estaqueada, los primeros guerreros subían las escaleras y se enfrentaban a los guerreros defensores. Los arqueros retrocedían y dejaban pasar a los guerreros con lanzas y escudos para retener a los lagartos mientras puedan La muralla fue el lugar de una masacre, con tantos guerreros corriendo por sus vidas, retrocediendo y lanzando flechas mientras sus compañeros detrás de ellos retenían a los lagartos, con sus mazos rompiendo escudos y cráneos, con sus lanzas atravesando ojos y pechos, asesinando a todos los que tuvieran delante de ellos. No fue una batalla, fue una masacre lo que aconteció encima de la muralla. Los lagartos los superaron en número rápidamente y comenzaron a tomar partes de la muralla, abriendo algunas puertas menores por las cuales comenzaron a llover dentro los barbaros, mientras que el capitán Tervische luchaba para coordinar todas las fuerzas que tenía dentro de la muralla para evitar lo inevitable, con cientos de dedos pequeños tapando las aberturas para prevenir la inundación.

El ariete se había quedado sin gente que lo sostuviera varias veces, luego de que acribillaran con flechas y piedras a todos los que lo sostuvieran, pero rápidamente más gente volvía a sostenerlos. Y rápidamente se colocó en la puerta, golpeándola mientras los minotauros de detrás con su enorme fuerza empujaban para el otro lado. Más de cincuenta lagartos y el enorme y poderoso ariete golpeaban la puerta al mismo tiempo, haciendo fuerza lo más que pudieran para destrozar la fuerte puerta mientras en la muralla les lanzaban aceite y alquitrán hirviendo, destrozando a gran número de guerreros de esta forma, muchos más que con las flechas, a decir verdad.

Soltaron finalmente el ariete mientras la tormenta rugía y se sumaron todos completamente a las escaleras, sangrando más a los defensores que se aferraban a las torres en la empalizada para defender lo poco que les estaba quedando de control sobre la muralla. Irvine se encontraba en una de ellas, con su arco profesional disparando a cualquier lagarto que se acercaba, mientras que su equipo y guardia personal se encargaba de no dejar entrar a nadie a la misma. Piedras eran arrojadas contra la empalizada, antorchas con aceite eran arrojadas también para intentar incendiarla. Mientras, continuaban arrojando aceite de las mismas y quemaban y destrozaban la piel de todos los que intentasen entrar. Fue una batalla encarnizada, pero mientras más asesinaban menos flechas quedaban y menos opciones aún tenían. Estaban dispuestos a morir en aquel pedazo de tierra, mientras en lo alto de la torre podían ver a la distancia como los barcos partían de la ciudad luego de que toda la gente haya sido evacuada por mar. Esto valía la pena, completamente, es lo que pensaba Irvine mientras preparaba las ultimas flechas en su carcaj para lanzarlas.

Pero una idea lo tomó por sorpresa mientras evitaba que entrasen más guerreros a la torre. Decidió no detenerlos, hacer que la mayor cantidad de enemigos entrasen a la torre vigía donde él estaba, mientras preparaba todo el aceite y alquitrán que pudiera tener. Mientras más guerreros entraban a la torre todos los que quedaban junto a él se despedían unos de otros.

-fue un honor haber luchado con ustedes.- Les dijo a sus fieles guerreros el capitán Irvine. Finalmente los dejaron pasar a todos en una marejada de violencia y acero, rasguños, gritos e insultos.

Todos empujaron y entraban más y más, desesperados por matar a uno de los capitanes que estaba atrapado en un segundo asedio dentro de la propia torre. Y cuando el momento fue propicio activaron la trampa de sacrificio, incendiando toda la torre y las reservas de alquitrán que en ella se encontraban. La explosión fue tal que si bien abrió un agujero en la muralla, los escombros caídos taparon gran parte de la misma y algunos cayeron sobre el enemigo, causando aún más daño colateral del que creían que podían hacer. La torre se incendió durante cuatro segundos, pero no se necesitó más tiempo que ese para calentarlo todo y que estalle en una poderosa explosión de fuego y escombros que hizo retroceder a todos debido al ensordecedor sonido. Incluso los barcos en los astilleros escucharon la explosión. Y ahora una parte de la muralla estaba en llamas, la parte dominada por los lagartos.

Viendo que uno de sus capitanes había muerto, llevándose la mayor cantidad de enemigos que pudiera, el capitán de infantería Tervische decidió abrir la puerta de la muralla, pues si moriría lo haría bajo sus propios términos, luchando hasta el final y no como un cobarde detrás de muros.

Llamó a su guardia personal y juntó a los minotauros de los Cuernos de Hidromiel, abriéndose la puerta de madera de la muralla de par en par y corriendo rápidamente contra los incontables guerreros que comenzaron a entrar a toda velocidad. Los minotauros fueron la punta de la lanza, pues su enorme tamaño y fuerza junto a sus cuernos les daban ventaja al cargar contra las filas del enemigo.

Fue una masacre, dos olas chocando entre sí en un frenesí de acero y carne cortándose y lacerándose constantemente, un melee violento y destructivo donde el alma humana se desnudaba para dejar paso al salvajismo de ojos lanceados, tripas cayéndose al suelo de un estomago cortado y el olor a gardenias podridas. Cráneos se rompieron, cuernos se arrancaron de sus dueños con un golpe de machete, gente con cabezas cortadas, brazos y piernas, arrastrándose por el suelo mientras se desangraban en una tormenta de sangre y fuego que a su alrededor se movía y amenazaba con adueñarse de todo el pueblo. Ashabak se acercó al pueblo lentamente al haber estado atrás de su ejército, no como cobarde sino como general, prestando atención al movimiento de tropas y ordenando que cada quien vaya a tal y cual lado de manera ordenada. Claro, para otros que n fueran lagartos parecía desordenado, pero era más bien una cuestión de choque cultural donde no se entendían cómo funcionaban las ideas de otra raza.

Caminaba con seguridad al ver a todos los guerreros haciendo una última carga suicida contra ellos, le deleitaba ver como había arrastrado a sus enemigos a semejante cosa y le llenaba de seguridad ver lo que estaba ocurriendo. Finalmente podía respirar tranquilo que estaba a punto de ganar, era cuestión de simplemente esperar y todo terminaría pronto.

Se acercó a combatir con su enorme mazo de guerra, chocando escudos y destrozando brazos que intentasen bloquear sus golpes. Era un lagarto más corpulento que los demás y más alto también. Era el depredador ápex de toda una raza de lagartos carnívoros por naturaleza, más fuerte y vigoroso que los demás, con una reputación de líder de guerra que daba fe sobre todas sus conquistas. Alguien sé que preocupaba por su pueblo más allá de conquistas y saqueos, pues fue el único que en medio de una crisis procuró a como dé lugar un lugar para quedarse cuando no tenían donde más ir. Eso lo llevó a aquella ciudad en vez de saquearla.

Era algo sabido por todos, por eso luchaban con tanta fiereza. Tal vez los humanos que defendían el pueblo se daban cuenta de ellos también al verlos luchar con ánimos similares pero diferentes a los suyos, en vez de defender la patria atacaban el único lugar en el que podían vivir. Tal vez eso era lo que causaba que no pudieran odiar del todo a aquellos invasores mientras los asesinaban y eran asesinados por ellos.

Como una torre en medio del combate Ashabak caminó entre todos los guerreros, haciéndolos a un lado y empujándolos con su imponente martillo para aterrizar luego con los huesos rotos. El brazo enguantado en cuero y cadenas de hierro de Ashabak se movía como torbellinos llevándose las vidas de todos los glauchos y Hrismarianos que estuvieran entre medio de ellos. Quería llamarse a sí mismo Conde una vez que pudiera dominar la ciudad, ambicionando grandes cosas luego de la conquista que acontecería pronto. Pero claro, tendría que sobrevivir primero para semejante cosa.

Su orgullo desmedido se podía observar por como gritaba y asesinaba, aplastando cráneos y pateando a sus enemigos hasta la sumisión. Insultaba a los muertos y a sus ancestros mientras la sed de sangre tomaba control de su cuerpo.

A la distancia dos jinetes se acercaban mientras el viento comenzaba a aullar. Zhureth galopaba con ira y Némesis a su lado comenzaba casi a moverse y arrullar como gato con hambre. Ashabak no era el único cuya sed de sangre controlaban todos sus movimientos.

-Aún no hay razón para estar excitados.- Zhureth dijo con amabilidad, acariciando su espada. –Aún hay demasiados a nuestro alrededor que creen que la vida es solo una broma.- Se sostuvo de su caballo con más fuerza, volviendo grupas y escabulléndose con velocidad para entrar a la ciudad. Era su ciudad a pesar de todo, y conocía cada callejón y cada casa del lugar, así pudo entrar sin que nadie le importase. Se bajó de su caballo y lo envió a casa, desenfundando su zweihander Némesis. –Pero claro, tú y yo ya hemos pasado por esto, allá en el frio y la distancia…en aquel otro continente.-

El sonido de la guerra la ponía nerviosa. No con miedo, sino con cierta ansiedad que se encargaba de mantenerla despierta, con ansias de entrar en combate y como un gato traer un recuerdo de una caza bien realizada. Pero ahora estaba aquí con una misión. Y mientras avanzaba observaba la devastación del pueblo mirando con gran indiferencia todo lo que había sido y ya no era mientras a lo lejos voces sin cuerpo parecían gritar como si estuvieran en batalla aun.

Un grupo de aquellos lagartos la había encontrado, pero ella rápidamente los asustó cuando su espada cortó a dos de sus compañeros a la mitad en un fuerte y pesado golpe que intentaron bloquear, pero la fuerza de la mujer y el peso de la espada procuraron que pasara de largo hasta sus cuerpos. Sangre ya había sido derramada, y sintiendo algo poderoso en su estómago, como un gusto prohibido y raro al tragar saliva al mismo tiempo comenzó a correr y no caminar para encontrarse con su cita.

Aún quedaban guerreros en el pueblo, los cuales se encargaban de incendiar lo más que pudieran para no dejarles nada a los lagartos. Algunos ignoraron a Zhureth al verla al estar absortos en sus propios mundos, pero otros la miraron completamente extrañados. Hace mucho que no la veían, pero aunque intentasen hablarle ella no respondía nada. Solamente respondía cuando los lagartos se acercaron a ella. Incluso intentaron defenderla, pero rápidamente comprendieron que era mejor que alguien los defienda con ella si s que se le acercaban lo suficiente. Su presencia era sentida como la del futuro Conde Ashabak y su poderoso martillo de guerra.

Asesinó a tantos como pudiera hasta que captó su atención, tuvieron que llamarlo porque nadie parecía ser apto para derrotarla, o acercársele siquiera. No respondía a otra cosa más que “tráiganme a Ashabak”, gritando con ira, con el fuego y la tormenta que ahora descansaban en su interior.

El Futuro Conde Ashabak se acercó a ella con su armadura lamelar hecha especialmente para su medida completamente ensangrentada, llena de viseras y pulpa de lo que una vez fue el capitán Tervische. El media casi tres metros, y ella apenas 1.74, por lo que uno miraba hacia abajo con desprecio, y la otra miraba hacia arriba con más desprecio aun.

-Eres más pequeña de lo que te recuerdo, humana.- Le puso un dedo encima de la frente para molestarla, empujándola hacia atrás. Solo la hizo enfurecer más. -¿has venido por venganza? Hmm pensé que los humanos eran más complejos que eso.- Rio con algunos de sus allegados, pues solo unos pocos sabían quién era ella. –Es una pena, supongo que querrás un duelo a muerte, ¿verdad? Que básica. No estás haciendo ninguna otra cosa que haría alguien más en tu situación, eres básica y predecible. Piensas que eres importante causando semejante berrinche y dejando devastación a tu paso.-dijo burlón al ver como todo lo que le decía la estaba lastimando más que lo que su martillo podría jamás. Mientras, Zhureth no hablaba, no podía emitir sonido alguno más que ver con un nudo en la garganta a aquel ser monstros que ahora se dirigía a ella. –Piensas que te sentirás mejor haciendo lo que haces, pero eso solo atestiguar lo poca cosa que eres, lo miserable que eres. Apuesto lo que quieras que te mataras a ti misma luego de todo esto, gente como tú no tiene más en su vida que una mísera razón de vivir. –Alzó su martillo y se colocó en posición de combate, con una pierna delante de la otra y de costado.-Así que terminemos esto rápido. Sé que moriré hoy, porque me lo han predicho las personas que buscas. Pero no me importa, porque en mi vida hubo más cosas que todo esto, yo he vivido más y mejor que tú a pesar de todo.- Ashabak tenía miedo, pero estaba comenzando a entregarse a todo lo que pasaría ahora. Al menos sus descendientes repararían de una manera u otra el daño que el había causado. Pero eso es historia para otro día. –De esta vida no me llevo ningún arrepentimiento.- Esas palabras la perseguirían hasta el final de sus días.

Zhureth solo conocía un idioma, el idioma de la guerra, de la batalla. Así que sostuvo su espada de manera elegante y eficiente, como le habían enseñado, cuidando la posición de sus pies sostuvo con firmeza su espada.

Ambos se quedaron mirando unos instantes el uno al otro, esperando que atacase para contrarrestarlo pero nada pasaba. Pero Zhureth mas impaciente que nunca, con tantos sentimientos resbalándole de la cabeza se lanzó a su encuentro y movió su espada con fuerza contra el conde. Este bloqueó con su martillo y la empujó para atrás. Luego lanzó una patada que la incrustó en el suelo, doliéndole hasta las costillas. Ashabak lanzó su martillo peligrosamente contra Zhureth acostada, pero alzó su espada y detuvo el ataque, soportando la enorme fuerza de aquel ser mientras su armadura y espada hacían el resto del trabajo por ella soportando semejante embestida. Sentía que sus huesos estaban por fallarle, por lo tanto se hizo a un lado, soltando el nudo de acero en el que se encontraban y rodando a un costado se puso de pie con dificultad.

Ashabak lanzó varios golpes potentes contra Zhureth, pero ella los bloqueó a todos de manera metódica, esperando por un milagro a que sus brazos no revienten por la pura presión que tenía que negar. Varios golpes tuvo que bloquear y soportar el dolor de sus brazos que le decían basta, pero evidentemente el conde quería más que solo lastimarla. Tal vez quería cansarla, o evitar que pudiera defenderse. Ella no pensaba ahora mismo en lo que le había dicho, no es que estuviera predestinado tampoco…es que así era porque ella lo quería. El futuro no se podía predecir, solamente era lo obvio que ocurriría, o al menos eso mismo se decía ella.

Cuando lanzó su último ataque Zhureth no lo bloqueó esta vez, sino que se escabulló por debajo del golpe al caminar agachada y aprovechando la diferencia de tamaños entre ambos, quedando en la parte del mango y no la punta peligrosa del martillo, bloqueando desde ahí con su espada y haciéndole retroceder al conde y deslizando su espada por el mango hasta su mano sosteniendo el arma, arrancándole rápidamente los dedos y media mano.

El conde gritó y gritó de dolor mientras sostenía el martillo con la mano que le quedaba, pero Zhureth fue más rápida y se le adelantó, lanzando otro golpe del mandoble contra su pierna. Se la partió, no se la cortó, pues ese pedazo de acero gigante aplastaba más que cortaba. Con su pierna cercenaba ahora estaba en el suelo a merced de Zhureth, y cuando este levantó la mano para defenderse de ella al acercársele ella aprovechó nuevamente y con otro estoque le cortó la mano con violencia, con la sangre manchándole la cara.

Los lagartos a su alrededor no alentaban mas Ashabak, ahora con un silencio de ultratumba veían como su líder estaba siendo derrotado.

Zhureth se sentó en el pecho del lagarto, quien ya no podía defenderse más, con una pierna y mano cortada, y con la otra mano a medio cortar. No había nada que pudiera hacer más que gritar de dolor cuando Zhureth clavó una daga que tenía entre sus pertenencias en su pecho. No fue suficiente para matarle, pero era para que viera quien ahora estaba en control, quien ahora hacia sufrir a quien.

Y entonces Zhureth lanzó un puñetazo contra su cara, con sus manos aun enguantadas con latón para mayor daño. Y luego otro. Y otro, y otro, y otro. Sus brazos firmes arremetían una y otra vez contra el Futuro Conde Ashabak ahora Conde de la Nada. Una y otra vez impacto su rostro sin piedad, tirándole los dientes a golpes y haciendo que se los tragara mientras más y más golpes seguían uno detrás del otro. Su cara hinchada y su carne con fuerza sobrehumana aseguran de que tardaría más de lo normal en morirse por semejantes golpes de una mujer sin ningún tipo de fuerza más allá de la alcanzada por un entrenamiento humano. No dejó de golpear hasta que su rostro se convirtió en una masa de pulpa rosa y sanguinolenta y sus propias manos estaban rotas y sangrando, ya habiendo dejado de sentir dolor ante los golpes que lanzaba al rostro del otro, sintiendo solo el frio de su propia sangre correr por sus manos grises y casi muertas, con el cuerpo de Ashabak muerto en el suelo.

-Denme un caballo- Le ordenó a los lagartos, quienes la observaban con miedo y asco a la vez. Le cumplieron su deseo y ella rápidamente galopó rápido hasta el horizonte, perdiéndose en la noche.

De esta vida no me llevo ningún arrepentimiento. La frase continuaba en su cabeza. Algo que Ashabak no le menciono es que no sería la última vez que oiría la frase, o que alguien le daría ese discurso. Pero la próxima vez seria de una persona que la amase, no que la odiase.


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