Enfermedad en Wethlo Report in Dur-êoda | World Anvil
BUILD YOUR OWN WORLD Like what you see? Become the Master of your own Universe!

Remove these ads. Join the Worldbuilders Guild

Enfermedad en Wethlo

General Summary

2534   Después de muchos días en Alakam, a la vuelta de un larguísimo viaje por el reino kargo, que por cierto no es muy de ellos sino que están conquistando las islas de Gont, Atuán y demás, y después de viajar tan rápido y lejos como jamás lo había hecho y de enterarnos que la razón es que los orcos están tomando las tierras de los kargos desde muy al Oeste y que Shaka era en realidad un dragón y no un negro esclavo como creía que era y que ahora me desconcierta la idea de que Karadajián también lo sea y se haya olvidado, aunque es mejor; me resulta muy gracioso imaginarme un dragón con tal porra en la cabeza y hablando tan estúpidamente como lo hace.   Después de entretenernos unos días con eso, volvimos a la ciudad de donde habíamos partido: Alakam; claro que para volver del mundo de los orcos que nos llevó el último portal que cruzamos, yo me quedé del otro lado porque había que cerrar el portal para que no pasen más orcos sacando el situp brillante como una gema que lo mantenía abierto –ups- dije –se te acabó la carga! Ah, no sé, hablá con la empresa- y leí un pergamino que me teletransportó al palacio de Fistandántilus otra vez, por supuesto que me salió bien, las palabras casi se expulsaban a sí mismas en una pronunciación elocuente, hasta yo me la creí, me imaginaba junto a William haciendo hechizos y trucos como los que él hace, pero a veces no lo entiendo muy bien, en realidad no entiendo la magia.   ¿Qué hicieron los demás? No sé, pero tardaron en llegar y encima cuando llegaron comieron tanto que se acabaron el delicioso postre que me había preparado la simpática de la cocinera. Le pedí la receta y yo le pasé otras tantas, las mejores de Alqualindon, o por lo menos las que se comen también en Capital que son las que me acuerdo, pero nombrarles un país lejano a las damas siempre las impresiona.   Entonces, después de muchos días en Alakam, a la vuelta de un larguísimo viaje por el reino kargo, que por cierto no es muy de ellos sino que están conquistando las islas de... oh, eso ya lo conté.   Mientras tanto, en el palacio de la justicia, saba dabadaba dabadaba dabadaba dabadá, dá, el gran mago trabajaba en alguno de sus asuntos misteriosos. Y yo, aburrido, cuando desperté de una larga siesta, decidí autoritariamente regresar a Capital. Como lo había pensado, Sorin quiere acompañarme y Karadajián dijo que también pero se lo veía con tanto sueño que resolvimos dejarlo descansando (yo quería atarlo a la cama con 3 kilos de criptonita en su pecho por si se le ocurría transformarse en dragón; juá, dragón con porra). Y para sorpresa nos reencontramos con nuestra amiga Gwynne (Poo), que la creímos perdida y al final muerta, por supuesto, pero eso no se lo dijimos. También ella vendría con nosotros a Capital, con tal de salir.   Ese día también –que no estoy poniendo cuál y no puse ninguno por que no se me da la gana- me encargué de ver a un viejo colega encargado de la zona de Alakam, que como me pareció que le estaba yendo muy fácilmente bien, decidí molestarlo. En una calle lo encontré, y era él en persona...   ...miradas de sospecha. Y al fin dije –Hola.   – Hola, amiguito- dijo con voz de macho.   – ¿Sabes? He vuelto de un viaje largo por el Norte.   – Pero en el Norte hay sólo agua, amiguito. Hielo y agua.   – Sí, lo sé - quería humillarlo - Pero también hay tierra y habitantes y ruinas y altares y tesoros.   No me creyó el muy estúpido. - Está bien, amiguito, pero algo me dice que no has venido a contarme de tus viajes - el “amiguito” me estaba poniendo nervioso.   – Pues, quería preguntar cómo iba todo por aquí, tú sabes, el trabajo.   – Pues todo bien, amiguito. Por qué preguntas – gruñó.   – No, bueno, quizás algún traidor, o... ¿competencia? - entrecerré los ojos queriendo intimidarle; él hizo lo mismo y estiré el cuello acercándome con el ojo izquierdo. -¿eh?   – No, todo va bien............. amiguito.   – Bueno, ¿sabes? Mañana vuelvo a Capital y... cuando regrese vendré a verte. Quiero decir, que si vuelvo no vendré solo, amigote– estábamos entrando en confianza.   – Desaparece, amiguito. – y me estaba por ir pero ese grandulón se agrandó más de lo que debía y no pude dejarlo así, así que di la vuelta para gritarle   – Murkio, diles a tus hombres que ya están vigilados.   Creo que con eso lo dejé bastante eclipsado como para irme tranquilo.   Al volver, Gwynne quería vender unas cosas y además había que comprar caballos así que estuvimos el resto de la tarde a todo por 2 $. Ya por la noche, luego de dejar todo el equipaje en orden, nos recostamos sobre la última noche en Alakam, ¡oh, yea!   Cuando todos dormían en el palacio, yo me salí para ir a visitar a mi colega con futuros traumas de paranoia. Primero, observé el lugar donde lo había visto ese día, y nada. Necesitaba pensar dónde pondría un gremio un ladrón, pues tenía que saberlo, yo soy un ladrón. Después de mucho esfuerzo mental (INT: 10) noté que en una taberna gente se divertía al ritmo de cocoliche, cocoliche Bariloche, y me acerqué, como sólo un hobit ladrón de nivel 12 y una capa oscura como la misma noche puede hacerlo. Todo parecía normal, si no fuese por el grandulón que me sorprendió al querer irme, y que de un empujón me tiró al suelo diciéndome: – No nos agradas, amiguito.- enseguida me di cuenta se trataba de un patovica de Murkio.   Él se fue sin la menor amabilidad de levantarme, igual me levanté para esconderme y seguirlo. Lo tenía a algunos metros, y comenzó a meterse por callejones. Ups, pisé algo que no debía. Clic, hizo y me atrapó una red que se levantó a unos metros del suelo. Siempre con alguna esperanza de que no, el grandulón sí se dio cuenta que estaba atrapado y llamó a los demás; “maricón, agarrate con uno de tu tamaño” pensé en un segundo fugaz. Rápidamente, como un hobbit ladrón de nivel 12 y pericia en acrobacia, puede hacerlo, corté la red con la daga, sosteniéndome con la otra mano para no entregarme a aquellos hombres que corrían como lobos hambrientos, y subí al poste de donde colgaba la soga. El poste daba a los techos de un par de casas. Corrí por uno de ellos apuntando al otro lado de la cuadra en cuestión y al llegar al borde y ver como el mundo se venía abajo repentinamente, me detuve y corrí hacia la derecha. Los pasos me seguían de cerca, por arriba y por abajo, me sentí sin escapatoria. Pero surgió de una pared una pequeña cornisa, suficiente para descender y caer sobre unas tablas dolorosas de aterrizar. Mis pies eran molinos en huracán. Apunté a una calle opuesta y busqué un escondrijo donde meterme, y ahí permanecí por un largo rato, el necesario para verlos pasar una segunda vez, y con lámparas. Glup. Cuando los perdí de vista me gasté en dar una gran vuelta y volver al palacio respirando profundo y riendo de la cara con la que permanecería Murkio por el resto del mes (en realidad reía de la alegría que se impone a la idea de que podría estar muerto).   Al otro día, corrí desesperado hacia la mesa que se apareció llena de comida lista para darnos un gran desayuno, como todos los días. Pero esta vez, que no es la primera, faltó alguien, dejando una nota que decía “Queridos amigos tuve que irme pero ya tienen todo preparado. Envíen mis saludos a la realeza Capitalista y traten de no matar muchos dragones en el camino. Fistan”. –en esta nota percibí la concepción de palabras que creo que serán importantes en el futuro, palabras mayúsculas, globalizadamente utilizadas.-   Una vez en camino, en dos caballos –yo iba detrás de Gwynne, que creo que tiene pelos en la axila- comenzamos a darnos cuenta que elegí la peor época del año para viajar.   El calor y la humedad hacían más tedioso de lo que ya era ese viaje y encima los mosquitos junto con la descompostura que aún no me saco, hacían ver mi vida como una mocosa nariz de cocodrimpi. Casi de noche, llegamos a una posada, a la que no pude verle el nombre, no sé por qué, son esas cosas inexplicables de la vida, aparentemente comparables a la dinámica de un juego de rol.   Me dormí en la mesa, junto a un vaso de cerveza que no terminé ni nadie se ocupó de hacerlo. Lo próximo que me acuerdo es que me levanté con un olor a chivo que me mareó, y que los siguientes diez minutos los empleé en darme cuenta que no era mío, y enton... ces... Miré a la cama contigua que sostenía una mujer sudorosa, que a pesar de la sábana bastaba con profundizar un poco con la mirada para darse cuenta que estaba totalmente desnuda. Los desperté malhumorado. Nos alejamos de aquel lugar, que se llamaba... no, creo que no vi cómo se llamaba.   ¡Puaj! Cerveza tibia, lo mismo la tomé, ignorando las consecuencias. Otra vez casi reitero la experiencia de la noche anterior, pero al menos logré terminar la cerveza. Por la mañana nos despedimos de Intúrea alejándonos a paso tranquilo. Esa noche dormimos como no lo hacíamos hace tiempo, en el medio del campo respirando mosquitos venenosos.   Después de otro día de marcha, el 4º, entramos con expresión drogadicta y de indiferencia televisiva al poblado de Wethlo, para hospedarnos en una taberna, que irradiaba pena, y que sin embargo llegó a nuestras intuiciones como “haaaaa, ¡¡¡bebida fresca!!!”. En su interior nos atendió un anciano humano. Y cual linyera saca su navaja amenazadora, le mostré mi jarro especialmente fabricado para verter cerveza (según dijo el fabricante), suplicando cerveza helada. Al rato dijo Gwynne que iba a bañarse y aunque mi mente curiosa sugirió todas las ganas de ir sigiloso a espiar, en ese momento la cerveza resultaba más excitante que cualquier chivosa guerrera.   Cuando estuvo la cena lista entraron tres lugareños que se sentaron con nosotros, se creían los super-héroes, pero se notaba a la legua que era puro fanfarroneo. Encima uno le tiraba los galgos a Gwynne -qué tipo mogólico-. De todas maneras, no tardó mucho en interrumpirse el cortejo, ya que ¡PUM! se abrió la puerta de par en impar igual ocho alfajores jorgito y apareció un joven gritando:   Joven gritando –“¡¡¡Oye, oye, Armon, tu nieto ha enfermado!!!”   – “¡Ohhh, hay que ir a buscar al herbolista!” exclamaron los lugareños, que no mostraron ni la décima parte de un pelo elfo de intenciones de ir, entonces ¿quién iría?   (Siempre sospeché que el nombre del grupo contenía tras de sí, otros sentidos místicos, de los que me animé a descifrar hipotéticamente uno de ellos: los boludos que se ofrecen a tareas de suicidio y divertidas para el master.)   Cruzando el puente se desvía un sendero confuso por el pantano, pues caminando sobre él y escuchando a Gwynne quejarse de su inútil baño, se percibía un aroma también confuso entre mierda y... miel. No era mucha la distancia pero el terreno nos redujo la velocidad a casi un octavo de lo normal; mis piernas, tanto como las del enano, desaparecían en el barro. Llegamos al cementerio del pueblo donde noté inquietud entre mis compañeros. No contuve mis impulsos de jugar una broma y... ups, se asustaron, y no les gustó [Andrés y Pili realmente se asustaron]. Al instante, una voz rugosa, fina y seca nos habló por detrás. Mi sangre sufrió evaporación espontánea. Volví la vista tragando saliva y, recuperándome del susto, distinguí a un viejo con cartera y sombrero que nos miraba desde una oscuridad horrible. Pero el anciano se mostró inofensivo y dijo ser Lymann, el herbalero. Le contamos que lo buscábamos a él y para qué, entonces pegamos la vuelta con viejo y todo lo necesario, pues lo llevaba en la cartera (quieto Willow, no revises). Ya casi pasando el cementerio de vuelta, escuchamos el auxilio de una mujer; el tonto del enano salió corriendo como hechizado. En resumen, nos cagaron a palos. Sorin parecía disfrutar de la golpiza mientras a mí me daban por atrás.   Vueltos al pueblo, todos quedaron agradecidos. Después de todo el ser boludo tiene sus ventajas: nos dejaron gratis el hospedaje y la comida. ¡Haa, olvidé mencionar que lo que nos atacó fue algo como un grupo de mujeres-buitres tomándome por albóndiga, al enano por caniche amaestrado y a la semielfa por máquina tragamonedas.   Antes de convertirse en día la noche, tuvimos un sueño, los tres a la vez: una niña con muñeca nos sonreía y de repente estaba llena de sangre. Nos despertamos alteradísimos; yo no me volví a dormir.   Al otro día nos enteramos que el muchacho estaba en mejora. Igualmente, eso no nos dejó tranquilos y preguntamos a algunos de los habitantes unas cosas. Ésta es la grabación sin editar del reportaje:   – Buenos días- dijo Sorin al padre mismo del chico –¿no sabe cómo se pudo haber enfermado su hijo?   – No, qué vo’a saber, ió.- definitivamente el hombre no era útil.   – ¿Y qué enfermedad puede ser? ¿Ya alguien padeció esos síntomas?- preguntó la dama del grupo.   – Sí, güeno, algunos se murieron con eso, pero menos mal que con [nombre] no es tan grave.   – ¿Cuántos fueron los enfermos?- seguía la dama, con tono de enfermera investigadora, mientras yo comenzaba a visualizar una larga estadía en Wethlo, con algún enfermo y por qué no un muerto.   – A ver...- y nombró algunas personas de los que algunos eran niños.   Cuando le preguntamos a Armon por una niña con las descripciones del sueño (sin mencionar la sangre), nos mandó con el herrero, era su hija, y fuimos a hablar con él. Nos contó que un enjambre de mosquitos la había atacado. Otro dato que nos pareció de importancia es que la mayoría de los ataques fueron de noche.   Un segundo sueño nos sacudió de la cama un poco más violentamente: la misma niña en el pantano jugando con el agua de pronto se hunde y nosotros, bien giles, quisimos tratar de sacarla. Era en vano, las sanguijuelas nos impedían toda intención de hacer algo. Nos picaban en todas partes, era doloroso. No sé cómo, desperté y vi que las picaduras eran reales porque los mosquitos habían invadido la habitación y nos atacaron como moscas al sorete. Tomando la manta con la que me cubría comencé a espantarlos; al lado, Gwynne estaba tapizada de ellos y pasé a golpearle un poco con la manta y luego al enano.   No tardaron en irse, pero la semi-humana quedó cual adolescente con dos kilos de mantecol, hasta en las orejas los granos y ronchas.   Ya casi era de día así que fuimos urgentes a lo del herboladero para que atendiera a Gwynne. En el camino nos detuvo la sacerdotisa “potra” Cloriza con un gigante mamón, e insistió en no dejarnos pasar porque había pacientes en cuarentena, y se fueron. Sorin le dijo:   – Chupame un hué... yo quiero pasar.   Hizo un “levitar” para poder espiarlos pero no sirvió de mucho, enseguida subieron por un acantilado y se perdieron en la cima.   Volvimos al pueblo y pasamos el resto del día cagados de calor. Para la noche me preparé una alarma que consiste en atar una bolsita a una cuerda, pasarla por un aro que se debe colgar sobre la almohada de la cama donde se dormirá, y llevar el otro extremo de la cuerda a la ventana, cerrándola con un pedazo de cuerda afuera; entonces la ventana cuando se abre la bolsa cae sobre mi cabeza despertándome. Inteligente ¿no?   Efectivamente, la bolsa abofeteó mi cara y me incorporé al toque. Gritando me levanté otra vez con la manta para espantarlos. Terminé de abrir la ventana y estaba ahí un terrible enjambre de moscos, que se parecían más los monjes hambrientos de Robin Hook, que a inofensivos insectos chupasangre. Todo el conjunto dibujó una nube amorfa y se fue volando.   Hasta que mis amigos se levantaron, yo podía preparar un desayuno (ironía). Charlamos sobre qué podíamos hacer y fuimos a patrullar un poco el pueblo para cuidar que nadie sea picado. Después de un rato volvimos a la cama, re armé la alarma y me acosté (pero no me dormí).   Efectivamente, cuando empezaba a soñar las ovejitas, me despabiló un ruido fuera de la habitación. Me levanté muy silenciosamente. Los sonidos venían de la puerta principal. Abrí un poco la puerta de la habitación pero no se veía nadie; evidentemente el ejecutante de tales sonidos estaba tratando de abrir la puerta. Fui a ocultarme detrás de la puerta principal para caerle de sorpresa al delincuente. La puerta se abrió lentamente y nada aparecía, solamente escuché unos pasos que retrocedieron y luego un zzzzzzumbido. Salí aterrado queriendo hacerles frente, pero eran muchos mosquitos; demasiados. De refilón vi que una figura negra salía corriendo. Yo, persiguiéndolo, casi me había olvidado del enj-hambre que me alcanzó rápidamente y no me quedó más remedio que combatirlo.   El enano, por suerte, se despertó con mis gritos, y salió a socorrerme. Justo a tiempo, me sacó del enjambre. Velozmente le conté lo del tipo que se escapaba, y salió a correrlo mientras a mí me dejó otra vez peleando con los insectos. Quise acompañarlo, pero el grito de Gwynne me detuvo y volví a asistirla. Ya estaba en el suelo cuando llegué, pero por lo menos impedí que se la comieran. Bueno, después me comieron a mí, caí al piso rogando inconscientemente que el enano venga a asistirnos.   Nos despertamos con Gwynne en la posada, y Sorin tenía atado al tipo que forzó la puerta. Quisimos preguntarle algo, pero se negó a responder, y Sorin pasó a obligarlo. Le hizo cosquillas en los pies, entonces el hombre dijo que sólo lo habían mandado a abrir la puerta. Yo intenté otro método: sacándole los pelos uno por uno, pero no dijo nada más. Le sacamos un par de llaves que dijo que eran de su habitación.   En realidad, las cosas ya estaban bastante claras. Nos planteamos la posibilidad de que el herboludo esté experimentando o ejecutando algún propósito, usando los mosquitos como medio, pues creo que estaban siendo manejados. De hecho, el enano dijo que esos mosquitos eran malditos. Y por supuesto que contaba con el apoyo del grandote, de la diosa de la sacerdotisa, y del pobre ladronzuelo.   Por la tarde salimos a la clínica para llegar de noche. Arriba del acantilado encontramos el edificio y me adelanté para explorar. Vi en una ventana con luz que estaba el grandote armándose un cuchillo. En otra habitación había camas, algunas ocupadas por personas (creo que eran algunos enfermos). La siguiente tenía la luz apagada. En la otra, úh, estaba la guacha de Clorisa. Me quedé un ratito mirándola, estaba leyendo, hasta que cerró el libro, miró para afuera y yo ya estaba escondido en una vueltita. Cuando volví a mirar, ya se había ido. En la última ventana que encontré también estaba la luz apagada.   Llamé al resto y les conté cual era la ventana de Clorisa (no sé para qué). Igual quise ver si encontraba alguna forma de abrir la ventana desde afuera, pero no. Dimos la vuelta y entramos por la primera puerta que encontramos, que lamentablemente estaba cerrada, pero enseguida me encargué de abrirla. Una vez adentro nos dimos cuenta que era la habitación del ladrón, y que se podía entrar con una de las llaves. De interesante encontramos un cofrecito, debajo de una baldosa floja; el desgraciado había envenenado algo, porque el enano y yo vomitamos después que se nos ennegrecieron las manos. El cofrecito, sí lo abrió el enano con una de las llaves: tenía unas joyitas y un frasquito.   Seguimos con la puerta de al lado, la de Clorisa. Me llamó la atención un tótem que me dejé olvidado allá, además había mucho olor a incienso. Debajo de la cama encontramos un cofre, y no me acuerdo pero me parece que el libro no estaba.   En otra habitación no había nada de interés, e igual le revisamos hasta los zócalos.   En una ventana que seguía estaban los enfermos. Los pudimos ver porque había una ventana y no una puerta.   En la otra puerta sabíamos que estaba el grandote y no quisimos molestarlo así que la salteamos, y entramos en una de doble hoja, donde suelen estar los dragones, hidras, Cthulhus, zombies, etc. Afortunadamente era la despensa.   Finalmente entendimos que había que hacer algo. Resolvimos que dos hablen con el grandote y la minita, y que otro observe escondido por si las moscas... o los mosquitos, bueno no importa.   Yo y Gwynne golpeamos la puerta, el enano se fue a dar la vuelta para mirar por la ventana, y el fortachón abrió y nos miró como Grumo y Migajón lo hacen con Ren. La de orejas semi-puntiagudas le dijo   – Necesitamos ver al herbelero, hay otro enfermo.   – No está –contestó de mala gana.   – Pero por favor, es urgente, necesitamos verlo –que siga siendo PJ y no actriz, hui Dió.   – No sé dónde está, váyasen ahora –y quiso cerrarnos la puerta en la cara pero Gwynne no lo permitió porque se interpuso entre la puerta y el marco. Mientras hacían fuerza, yo esperaba la oportunidad de pasar por debajo de todas las patas. Re depente la puerta cedió y mi compañera pasó de largo. El grandulón se apuró en cerrarme la puerta para no dejarme pasar porque sino sabe que se las va a ver mal. Parece que adentro le dieron unos golpes a Gwynne. Ya, por el otro lado el enano había entrado rompiendo la ventana y pensé en ir a entrar por ese agujero.   Hú, cuando llegué a la ventana rota Gwynne estaba tirada en el piso pero no inconsciente, creo que la habían paralizado, y el fortachón aprovechaba a darle como en caja. El enano, celoso de que la rubia se estuviera enamorando de mí, fue a atacarla sin piedad. Me precipité sobre Mr. Músculo. Le di unos cuantos golpes como para hacer milanesa. Hú, Sorin cayó. Hú, caí...   Despertamos Gwynne y yo en un lugar que nos resultaba familiar, era la posada de Wethlo. Ambos nos miramos con una pregunta en la mente, ¿cómo carajo llegamos acá? Armon entró en la habitación un minuto después y nos contó cómo es que nos encontraron. Además nos comunicó el fallecimiento de Sorin, que se había quemado dentro de su armadura.   Teniendo el preso en la posada, los pueblerinos se lanzaron a un interrogatorio independiente y parece que le sacaron más cosas que nosotros. Enojados, fueron unos cuantos a la clínica y vieron que estabamos los tres en el piso, el grandote también, estaban los enfermos, y Lymann y la rubia escaparon.   Gwynne me contó que cuando se le pasó la parálisis se levantó a ver si encontraba a la parejita feliz; de hecho los encontró en otra cabaña un poco más alejada, y trataban de planear el escape. Gwynne escuchó que el grandulón iba a ir a buscar una poción, entonces se escondió para emboscarlo. Desde arriba de un árbol, la semi-semi, le tiró una lanza, el grandote se dio vuelta y quiso empezar a trepar, pero Gwynne no lo dejaba dándole golpes, hasta que en una pifia se desequilibró y cayó al piso. Ella dice que le entró una basurita en el ojo, pero ya sé que esa es típica excusa de guerrero en ridículo. De alguna forma el señor musculatura, se adelantó y entró en la sala de los enfermos, de una mesa sacó un frasco, lo abrió y comenzó a tomarlo. Ahí llegó Gwynne para darle un corte en el estómago; se dieron una tremesunda golpiza, y Gwynne terminó otra vez en el piso y esta vez sí inconsciente.   Le preguntamos a Armon, cómo es que el grandote estaba también tirado al lado de Gwynne:   – Uno de los enfermos, pese a su estado, demostró estar en mejores condiciones que como había quedado después de la repartija de Gwynne, y le reventó una silla por la nuca –esto contó Armon muy entusiasmado.   Cuando nos hubimos recuperado un poco, volvimos a la clínica para rescatar nuestras armas, y llevarnos unas gemas que me había olvidado por ahí, con mi cabeza de chorlito a veces me dejo cosas en lugares que ni conozco. Como una vez que le dije a una vieja araña gigante muy prepotentemente:   – Ese tesoro es mío.   Encontramos además, otros tres frascos con líquido azul. Tras beberse uno, la cicatriz en la cara de Gwynne cerró como culo fruncido, aunque no quedó contenta porque era una aberración para su belleza, pero se calmó y lo aceptó.   Nos quedamos unos días más en la aldea, disfrutando de la bebida fresca de Armon, y la buena atención de la gente, hasta que el 20 de Raista de 2535 ya reanudaba mis pensamientos en continuar el camino a Capital.
Report Date
10 Dec 2021

Remove these ads. Join the Worldbuilders Guild

Comments

Please Login in order to comment!