Una victoria a medias

Zeth miró horrorizado mientras el destacamento que envió Avzazilo era masacrado por las mantas. Se aferró con las pocas fuerzas que le quedaban a la escoba voladora y se lanzó ladera abajo para apoyar a sus hermanos. Intentó contener las lágrimas mientras dejaba atrás los cadáveres de los valientes Súbridos esparcidos por la tundra.

El grupo se reunió en el límite del bosque, encontraron un pequeño grupo de guerreros de Avzazilo que cubría la retirada. Zeth y Flek trataban de explicar desesperadamente que debían volver al asentamiento para proteger a la gran Favalas. El mago gritaba desesperadamente casi olvidando la barrera idiomática. Los gritos fueron acallados por el inconfundible sonido de uno de los rayos de las malvadas mantas. Le siguieron los quejidos de los guerreros que luchaban no muy lejos de ellos. Unos segundos después una gran cantidad de serpientes surgieron del bosque que reptaban despavoridas buscando refugio. Flek comenzó a dibujar en el suelo un círculo con complicados símbolos a la vez que gritaba para que el pueblo de Avzazilo ingresara dentro. Todo el grupo lanzó cuantas serpientes pudieron encontrar al círculo. La magia empezó a fluir desde Flek al círculo y en un pestañear desaparecieron del bosque.

Aparecieron en un lugar era un poco más cálido, no había un árbol a la vista, sólo veían arena y pequeñas colinas rocosas. Zeth levantó la mirada y contó al menos 50 serpientes que siseaban caóticamente. Sintió la desesperación, la zozobra. Dió un suspiro y se levantó y buscó un terreno elevado. Desde allí con el sol crepuscular de pentamon a sus espaldas comenzó a dar un discurso de esperanza, en una épica escena que sin duda su difunto amigo Halion hubiera retratado en uno de sus diarios.

Flek lideró el camino, guió el éxodo hasta lo que él llamaba su hogar, unas antiguas ruinas escondidas entre la arena del desierto. Allí acordaron pasar el Noxante, mientras se preparaban para buscar un nuevo destino.