[...]
Así fue como, tras una muy cómoda estancia en la corte del Rey Argantonio yo y mis compañeros, junto con algunos marinos tartessicos que habíamos contratado como refresco a nuestros compañeros que habían muerto y los otros que se habían quedado en Tartessos, nos hicimos a la mar con un viento ligero que soplaba en dirección oeste-noroeste. Por los próximos días no nos alejamos mucho de la costa de Iberia pues habíamos oido que era temporada de pesca y sospechábamos que mientras establecíamos una ruta sería bueno aprovechar cualquier posibilidad que se nos presentase para obtener comida.
Sin embargo, cuando ya nos habíamos decidido por ir norte hacia la mítica Albion, un viento más fuerte todavía del cual nos había apartado de nuestro curso original a Egipto sopló de este a oeste. Recogimos las velas para que el viento ni nos afectase tanto ni nos mandase volando hacia el cosmos. Pero era como si el mismísimo Zeus se hubiese empeñado en mandarnos este viento; tras unas horas de hacer todo lo posible nos rendimos y aceptamos nuestra situación. Tampoco era como si el mar o el cielo estuviesen empeorando debido al viento, por lo que nos sentimos bastante seguros y nos dedicamos las siguientes semanas a consumir lo que habíamos pescado y ah hacer vida social.
Nos estábamos comenzando a desesperar cuando un joven tartessico de agudos ojos divisó un grupo de islas en lo más distante del horizonte, por lo que viramos el barco en dirección a estos islotes y se ordenó a todo el mundo ponerse a remar. Cuando estábamos lo suficientemente cerca decidimos aproximarnos a la Isla más cercana a nuestra localización, una con un perfil muy curioso pues tenía una solitaria montaña de u tamaño que ninguno de nosotros habíamos visto antes, y a mucha distancia una cordillera de escarpadas cumbres, y después de estas un denso bosque con árboles que podíamos discernir y hasta ver sus frutos a pesar de la enorme distancia que nos separaba.
Antes de tocar tierra hicimos un rodeo por lo que nos pareció el extremo sur de la Isla. Decir que nos quedamos ojopláticos ante la pura escala de las cosas en este lugar sería una infravaloración terrible. Por tanto, cuando tocamos tierra mis hombres verdaderamente se aplastaban unos a otros para ver en persona este inexplicable fenómeno. Cualquiera de nuestras más salvajes estimaciones que quedaron cortas al ver las colosales nueces que crecían en este lugar, y los más titánicos nogales que de forma divina sujetaban el peso de estos frutos milagrosos.
Sin pensarlo dos veces sabíamos que teníamos que llevarnos algunas de estas cosas a nuestra Grecia natal como prueba de la existencia de este lugar. Tratar de bajar cualquiera de estos frutos fue una tarea digna del mismo Hércules, pues todas las manos que había en el barco y más fueron necesarias tan solo para bajar uno de estos frutos; y a sabiendas de que estábamos tratando con nueces, usamos los remos de nuestro barco y algunas planchas en un intento de abrirlo para ver y probar lo que contenía. El exterior protegía una Nuez de tamaño proporcionalmente enorme, que nos dio de comer por las siguientes dos semanas.
Con mucho esfuerzo y tiempo pudimos hacer un agujero en la punta de las dos mitades de la nuez y la punta de otra entera a través del cual pasamos un gancho que atamos a la popa de nuestra galera. Pasamos unas dos semanas en esta isla, explorando más que nada y cazando una curiosa especie de ave que como hemos observado nació para abrir y comer de las nueces gigantes; nos llevamos algunas de estas aves en las jaulas que nos habíamos traído.
Cuando no podíamos estar más saciados con la experiencia comenzó a soplar un viento ligero hacia el este que según nuestros más expertos marinos aumentaría a o largo de las próximas horas. No queriendo perder esta excelente oportunidad de volver a casa recogimos lo que habíamos dejado sobre tierra y nos subimos a nuestro barco, un poco tristes hay que decir, de abandonar tan fascinante tierra.
[...]
Comentarios
Author's Notes
Dadle al botón de "leer documento" para ver lo más extenso de este artículo.